Archivo por meses: septiembre 2006

Navarra: un futuro entre todos

En la rueda de prensa de esta mañana, al presentar la Exposición audio-visual que se abre oficialmente mañana, he dicho algo como esto: “El futuro de Navarra, del que habla el lema, es el futuro que ahora mismo estamos construyendo. Todo lo que hacemos en el presente está proyectado y proyectándose de continuo hacia el futuro. Somos tan futuros como presentes. Hablamos, pues, de la pura realidad permanente. Un futuro entre todos quiere decir mayormente que lo hacemos todos para todos. Cientos, miles de personas, como veremos luego, hemos hecho esta Exposición. Porque su protagonista somos todos. Todos salimos y entramos en ella. Hemos elegido desde el comienzo hasta el final como creador de futuro algo que es universal comunal y cotidiano. Algo que nos une, nos hace vivir y nos hace esperar. En los ámbitos del territorio; del patrimonio ecológico, cultural y social; del conocimiento; de la investigación…, hasta del deporte y de la fiesta. Todo presentado con el lenguaje simbólico y universal del arte, directo, claro, intuitivo, que nos cautiva con su belleza, nos conmueve y nos mejora. A esto añadimos el Proyecto educativo, tan propio de la Fundación Arte Viva, para escolares y grupos variados. Y como complemento de la expresión audio-visual, unas reflexiones sobre el futuro de Navarra en 26 áreas concretas, llevadas a cabo por profesionales navarros de la ciencia y de la técnica, insertas en el Catálogo, y que serán expuestas, en forma de una tribuna de opinión, desde el 9 de octubre al 15 de diciembre, en uno de los espacios de la misma Exposición. Pero mejor es verla y oírla que contarla, lo que, además, es imposible”.

Una nueva laicidad

Hoy que llega a Madrid el ministro francés de Interior y de Cultos, y candidato de la mayoría francesa al Elíseo, Nicolas Sarkozy, para hablar sobre inmigración en Europa, bueno será recordar que acaba de traducirse al español su libro La República, las Religiones, la Esperanza, compuesto con las conversaciones del ministro con los periodistas Thibaud Collin y Philippe Verdin. En este libro el ex inmigrante húngaro, casado con una española y católico de confesión, enuncia y promueve una profunda revisión de la relación de los Estados occidentales con las religiones y propugna, sobre todo en Francia, una laicidad que favorezca la práctica religiosa en vez de una laicidad pasiva que las ignore o un laicismo amargo o agresivo que las desprecie o las arrincone. Alegra ver, y sobre todo en la Francia jacobina o escépticamente chiracquiana, alguien que se atreva a hablar de algo más que de elecciones, mayorías, cuotas lecheras o vinícolas, perspectivas financieras, fondos estructurales o políticas de inmigración.

Estado plurinacional

Oigo en una emisora de radio a un diputado a Cortes quejarse amargamente de lo sucedido hoy en el Congreso, donde representantes de la mayoría y los de las minorías llamadas nacionalistas se han puesto de acuerdo para cambiar, en el articulado de una ley, el habitual, hasta ahora, adjetivo nacional por plurinacional. Lo achaca, entre otros motivos, a la influencia del nuevo Estatuto de Cataluña, contra el que se han presentado tres recursos ante el Tribunal Constitucional. No digo que no. Sólo digo que la cosa se las trae. Para no repetir lo que ya he escrito sobre nación, nación de naciones, nacionalidad, etc., recuerdo sólo una conferencia que daba en el Círculo Carlista de su ciudad un joven carlista pamplonés, Jesús Etayo, director nada menos que del diario jaimista El Pensamiento Navarro, a finales de 1918, en plena efervescencia autonomista por entonces en Cataluña, en el País Vasco y, parcialmente, en Navarra. Reivindicaba Etayo el foralismo carlista y pedía que Navarra adoptase una actitud gallarda en la que los carlistas no se confundieran con “esos liberales arcaicos, que son ya casi únicos en el mundo, que entienden el patriotismo como una persistencia de su caciquismo“. Sólo en la “monarquía común” y en la “federación de reinos“, “sólo así Navarra es España“. Por lo que pedía “ni más ni menos, la reintegración foral (…), derogación de la ley de 1839 y su secuela la de 1841, y que los navarros, todos los vascos, se prestasen colaboración y se unieran “con los de todos los pueblos, principalmente con Cataluña”.

Política y Evangelio

El célebre discurso de Manuel Azaña, la tarde del 13 de octubre de 1931, no fue sólo un modelo de sectarismo republicano, de jacobinismo antieclesial, y hasta de fascismo, al decir del joven diputado catalanista republicano, Manuel Carrasco Formiguera. El entonces ministro de la Guerra y presidente de Acción Republicana hizo algo más que conseguir la disolución de la Compañía de Jesús a fin de salvar a las demás órdenes religiosas, al mismo tiempo que les negaba el pan y la sal de la enseñanza, como venía maquinando hacía muchos años. Dijo más cosas el escritor alcalaíno y fue más allá de la coyuntura política. Por ejemplo, harto de ver que algunos jabalíes se consideraban más evangélicos y cristianos que los odiados frailes y jesuitas, les dijo cosas como éstas: “El uso más desatinado que se puede hacer del Evangelio es aducirlo como texto de argumentos políticos, y la deformación más mostruosa de la figura de Jesús es presentarlo como un propagandista demócrata o como lector de Michelet o de Castelar, o, quién sabe, como un precursor de la Ley Agraria. La experiencia cristiana, señores Diputados, es una cosa terrible y sólo se puede tratar en serio; el que no la conozca que deje el Evangelio en su alacena y que no lo lea; pero Renán lo ha dicho: ·Los que salen del santuario son más certeros en sus golpes que los que nunca han entrado en él·”. Tal vez sólo tras leer la novela autobiográfica de Azaña, El jardín de los frailes (1926) pueden entenderse mejor estos párrafos.

Temblor metafísico

Atravesaba yo los espacios en una pequeña cabina, pilotada por un ser invisible, de ésos que no podemos reconocer o que, reconocidos, olvidamos al instante. No sé si subíamos o bajábamos, o simplemente rodeábamos algún punto fijo u objetivo teórico. Lo que sí sé que fue un momento de turbación primero, de pavor después. ¿Dudé del sentido de mi viaje espacioso-temporal? ¿Se resintió mi temporeidad de la total inanidad perpetua? ¿Me acerqué demasiado al Ser y viví el estruendoso encontronazo con la nada? ¿Era Dios el que guiaba la navecilla aérea, mucho más frágil que el aire, de mi vida, y me quedé en la soledad atroz de su ausencia repentina? Todo el día me ha rondado la experiencia onírica, atrapada al despertarme algo antes de la hora habitual. Y todavía me parece algo más que real. 

Armak eskutan

En el monte Aritxulegi, de Oyarzun, 218 patriotas vascos, como ellos se denominan, rindieron homenaje, con todos los esplendores habituales de su ritual específico, a sus antecesores los guerreros nacionalistas vascos (gudariak), que suelen llegar hasta Zumalacárregui, y, quién sabe, si hasta el paleolítico medio. Dentro del ceremonial, tres etarras encapuchados y armados, dando vivas a su propìa organización, leyeron una breve comunicación y dispararon siete tiros al aire en homenaje a los guerreros vascos muertos en la lucha.
De los seis párrafos del comunicado, seis vienen a decir lo mismo. El quinto es el más claro y expresivo: “Euskal Herriaren independentzia eta sozialismoa lortu arte armak eskutan borrokan tinko jarraitzeko konpromisoa berresten dugu. Gerturik daukagu odola bere alde emateko! Lortuko dugu!” (Ratificamos el compromiso de proseguir en la lucha, con las armas en las manos, hasta conseguir la independencia y el socialismo de Euskalherria. Tenemos la sangre dispuesta para darla por ella! Lo conseguiremos!)
A las pocas horas un líider de Batasuna volvía a pedir al Gobierno español dar pasos en la dirección de la autodeterminación (independencia) del pueblo vasco, de su territorialidad (la Euskalerria de los seis terriotorios) y la libre decisión de los vascos (referéndum de autodeterminación). Dos lenguajes y el mismo sentido. Dos rituales y el mismo mensaje. ¿Un proceso de paz? ¡Un proceso de independencia!

Manuel Aranzadi

La vida pública del jurista y político navarro, Manuel de Aranzadi Irujo (Estella,1882-Pamplona, 1942) cuya nota biográfica he preparado para el Diccionario biográfico que va a editar la Real Academia de la Historia, es una muestra curiosa, compleja, apasionante, de lo que ha sido y es la política entre nosotros y fuera de nosotros. Hijo del jurista y prohombre euskaro Estanislao Aranzadi; primera figura del nacionalismo vasco en Navarra desde 1910 a 1931 (Comunión Nacionalista Vasca desde 1916 a 1930), que aquí fue casi siempre moderado, abierto y pragmático, fuerista extremo más que independentista o separatista; diputado a Cortes desde 1918 a 1923 con los votos integristas y mauristas de Pamplona, primero, y de los jaimistas después; buen orador y capaz de enfrentarse al tradicionalista y mellista, siempre antinacionalista, Víctor Pradera en más de una ocasión; más republicano que monárquico y cercano a la tesis aconfesional en 1930, durante el congreso reunificador de Vergara, fue suplantado por el catolicísimo José Antonio Aguirre, alcalde de Guecho, la primera figura del PNV durante los treinta, en la candidatura católico-fuerista en Navarra, junio del 1931, y entonces se eclipsó su estrella. En medio de una grave crisis de sus correligionarios navarros, dimitió de la presidencia del Napar-Buru-Batzar y se retiró a la vida profesional, a potenciar sobre todo la editorial que lleva su nombre, fundada por él en 1929, hasta hoy el mejor fondo, en sus múltiples variedades, de la legislación española. No pocas veces escribió en aquellos días sobre lo mal que lo había tratado su partido y sobre lo mal que conocían y trataban los nacionalistas bilbaínos a Navarra: como una sucursal. El 20 de julio de 1936, cuando el PNV navarro se desligó públicamente del Gobierno republicano, los carlistas navarros pamploneses, que habían colaborado o contendido con él, lo vieron con la boina roja y fusil al hombro por las calles de la ciudad. Su hermano menor y su hijo mayor partieron para el frente en unidades de requetés.
¡Dios mío, cómo nos han contado u ocultado ciertas historias! ¿Quién habló de “memoria histórica”?

Reintegración foral plena

El 4 de junio de 1921 publicaba el diario jaimista, El Pensamiento Navarro, el manifiesto A los navarros, firmado por la Junta Regional Jaimista y el Consejo Regional Nacionalista, órgano supremo en Navarra de la Comunión Nacionalista Vasca, como se llamaba desde 1916 el Partido Nacionalista Vasco, fundado por Sabino Arana Goiri. Sin renunciar a ninguno de los principios fundamentales propios, ambas formaciones se ponían de acuerdo en varios puntos concretos de acción que trascendían las coaliciones electorales próximas pero que las incluían también. Y así el comunionista vasco pamplonés Manuel de Aranzadi, que venía siendo elegido diputado a Cortes desde 1918 con los votos integristas y mauristas de su ciudad, volverá a ser elegido hasta septiembre de 1923 con los votos carlistas-jaimistas. El punto primero del acuerdo recoge “el acatamiento humilde y sin distingos de todas las doctrinas, enseñanzas y mandatos de la Iglesia Católica y Apostólica Romana“, y el punto tercero “la realización de una fuerte solidaridad de la familia vasca”, “exaltando las características raciales y singularmente la Lengua vasca, lingua navarrorum, como la llamó nuestro rey Sancho el Sabio“, error tan repetido después. Muy interesante es el punto cuarto, lleno de iniciativas de tipo social. El segundo punto explica muchas cosas que han venido después, hasta hoy mismo: “Reintegración foral plena y, en ese sentido, restauración, como punto de partida, en todo su vigor y eficiencia iniciales, del pacto de 1841, para llegar a la derogación de la nefasta y tiránica ley de 25 de octubre de 1839, que aniquiló la soberanía de Navarra y de todo el País Vasco, así como de cuantas atentaron contra la constitución foral de nuestro País; volviendo al estado de derecho existente en los tiempos en que los pactos de unión con España eran respetados”.

Dios y Patria

Las cuatro bases primeras del nuevo Partido Nacionalista Vasco (PNV), reunificado en la Asamblea de Vergara, en noviembre de 1930, rezaban así: “JAUNGOIKUA. Primera: El Nacionalismo Vasco proclama la Religión Católica como única verdadera y acata la doctrina y jurisdicción de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana. Segunda: Euzkadi, como cada uno de los seis ex Estados históricos o regiones autónomas que le componen, será Católica, Apostólica, Romana en todas las manifestaciones de su vida interna y en sus relaciones con las demás naciones, pueblos y Estados. LAGI-ZARRA. Tercera: Euzkadi es la nación y patria de los vascos. Cuarta: Euzkadi, la nación vasca, por derecho natural, por derecho histórico, por conveniencia suprema y por su propia voluntad, debe ser dueña absoluta de sus propios destinos para regirse a sí misma, dentro de la ley natural“. Visto lo visto desde entonces hasta ahora, ¿no será que una tal concepción de la Patria se parece mucho a la de Dios? Cuando se emparejan tanto “Dios y Patria”,  la Patria no es ya Dios, o, al menos, un dios?

Liberales jacobinos

Siguiendo la hispánica tradición, que viene desde Carlos III, de exclaustrar, extinguir, suprimir, disolver, secularizar y desamortizar a las órdenes y congregaciones religiosas, los liberales exasperados, jóvenes masones y oficiales del ejército encabezados por el coronel Evaristo San Miguel, llegaron lo más lejos que pudieron con la real orden de 2 de julio de 1823. Su único artículo disponía que el Gobierno, los generales en jefe del ejército en su defecto, y en igual caso los jefes políticos, quedaban autorizados para poder suprimir provisionalmente toda comunidad o corporación eclesiástica o civil, de cualquier clase que fuera, si considerasen nociva su conducta a la causa pública, dando cuenta en seguida de ella al rey para su aprobación y para que lo pusiera en noticia de las Cortes. Pero la invasión de los ejércitos franceses, el día 7 de abril del año siguiente, hizo de la real orden un papel inútil. De poco habían servido los numerosos decretos extintores, supresores, disolventes, secularizadores y desamortizadores de Napoleón, las Cortes de Cádiz o los gobiernos liberales. En 1826 se contaban ya en España 127.340 eclesiásticos, número superior al existente en tiempos de Carlos III. Y los frailes que eran 16.810, el 1 de marzo de 1822, ascendían en 1830 a 61. 727. Y todo volvió a empezar.