Archivo por meses: diciembre 2006

“La estepa se volverá vergel”

(Del libro de Isaías 32, 15 – 19; 35, 1 – 7)

Ls estepa se volverá vergel,
al regir en ella la justicia,
y el vergel, regado por la paz,
será una selva segura.
El agua alumbrará el sequedal de los desiertos,
y las tierras abrasadas brillarán con láminas de estanques.

Se rasgarán de luz los ojos invidentes
y de golpe se abrirán los oídos murados.
Saltarán los tullidos más alto que los ciervos
y las lenguas de los mudos gritarán sus salmodias de júbilo.

Nuestras manos más fuertes son que nunca
y firmes más que el mármol nuestros pies.
Porque el viejo vengador de nuestro pueblo,
Dios nuestro Señor, ha venido a salvarnos
de la nada y el negro sinsentido.

“Saldrá un vástago del tronco de Jesé”

(Del libro de Isaías 11, 1 – 9)

Sobre el vástago del tronco de Jesé,
padre del rey David,
derramó el Espíritu sus siete dones,
y el retoño juzgó con justicia a los pobres y a los débiles,
hiriendo al opresor con la vara de su boca.

El día del Señor, su justicia y verdad
llegarán a los últimos rincones de la tierra:
amigarán el lobo y el cordero,
el cabrito pacerá con el leopardo,
y la vaca y la osa acostarán
sus crías en la osera común.
El león comerá la paja de los bueyes
y el niño jugará con el áspid venenoso.

Nadie ni nada hará daño a nadie,
pues reinará en el el cosmos para siempre
la sabiduría de Dios nuestro Señor.

“Un hijo se nos ha dado”

(Del libro de Isaías 9, 1 – 6)

Una luz fuerte ha roto las cadenas de las sombras
que ataban nuestros pasos por la vida.
Y un gozo grande,
como el de una cosecha mucho tiempo esperada
o el de un botín inesperado,
nos alienta el corazón.

Tú levantaste el yugo que oprimía nuestros hombros
y rompiste la vara del tirano lo mismo que un juguete.
Al fuego has arrojado
las estruendosas botas señoriales,
y las llamas reían al quemarlas.

Tú nos has dado un niño por señor,
que restaure en justicia el trono de David:
consejero admirable, Dios fuerte, siempre Padre,
Príncipe nato de la paz perpetua.

“Y le pondrá por nombre Emmanuel”

(Del libro de Isaías 7, 11-15)

Oh, Emmanuel,
hijo de la joven desposada,
que tomas leche y miel de la tierra prometida,
antes de elegir lo bueno y rechazar lo malo,
tú eres la señal decisiva y salvadora
dada por Dios a su pueblo:
Dios con nosotros,
Dios de entre nosotros,
por encima del rey Ajaz y su progenie.

Oh, Emmanuel.

“No tengáis miedo”

(Del libro de Zacarías 8, 11 – 16)

Dios ha sembrado de paz nuestra vida violenta.
Nuestras áridas sernas son ahora sembradío,
la vid dará sus uvas a tiempo,
los cielos el rocío madrugado.

Los que fuimos un día maldición para unos y otros
seremos bendición de ahora en adelante
por gracia del Señor.
Diremos la verdad lo mismo que un saludo,
plantaremos la justicia ante todas las puertas,
el odio y la mentira no entrarán por nuestra aduana.

Y no tendremos miedo. Nuestras manos
serán más firmes que nunca jamás.

“He aquí que yo salvo a mi pueblo”

(Del libro de Zacarías 8, 3 – 8)

Dios nuestro Señor se ha vuelto hacia nosotros.
Habita en nuestras casas, nuestras calles y plazas,
para hacernos honestos y leales,
alegres y festivos,
sin cálculo de días.
Todo es posible para el dueño y señor del universo.
Él nos cuida y defiende
de todos los peligros de oriente y ocidente.
Porque Él es nuestro Dios,
el justo y siempre fiel,
somos un pueblo unido que camina
interminablemente hacia su rostro.

Villancico profético

Exulta sin freno, hija de Sión,
grita de alegría, hija de Jerusalén
(Za 9, 9)

Nos ha nacido un niño,
nos ha nacido un rey :
el gozo de Sión
y del mundo también.
Es justo y victorioso,
y es humilde a la vez.
Y nos trae la paz:
el reino de Yahvé.

“Seréis una tierra de delicias”

(Del libro de Malaquías 3,1 – 5, 9)

Dios nos manda por fin el mensajero
que allanará el camino mortal de su venida,
el ángel de la alianza perenne de Dios con nosotros,
que somos su heredad.
Nos purgará y limpiará en su crisol
mejor que al oro y la plata
y podremos al fin adorarle rectamente
como en años antiguos.
Él hará justicia justiciera contra toda opresión
y la nuestra será una tierra de delicias.

“Él exulta de gozo por ti”

(Del libro de Sofonías 3, 12 – 18)

– ¿Qué somos nosotros sino un pueblo
pobre y humilde, cobijado en tu nombre?
Por eso estamos jocundos,
libres ya del enemigo,
sin miedo en el cuerpo o desmayo en el alma,
sabiendo que estás en medio de tu gente.

Él se goza también de nuestro gozo,
nos renueva en su amor
y danza con nosotros en medio de la fiesta.

“Mi Señor es mi fuerza”

(Del libro de Habacuc 1,12,14; 2,4; 3,3 – 19)

¿No eres tú desde siempre nuestro Dios,
nuestro Santo y Señor? Tú no mueres.
Tú nunca nos trataste igual que los tiranos,
como peces del mar,
como reptiles que no tienen dueño.
Tú fuiste siempre fiel.
Sólo si somos fieles, nosotros viviremos.

Por encima de opresores violentos,
corruptos de sangre y de codicias,
vendrás para salvarnos.
Al fulgor de tu luz la tierra temblará,
se espantarán los montes impertérritos,
se detendrá la luna aventurera,
y la alta mar se humillará hasta el fondo en tu presencia.


Nuestra fuerza es nuestro Dios.
Él nos hace ligeros como ciervas
y volamos más altos que las aves de paso.