Archivo por meses: marzo 2007

Religión mágica

(Un malelentendido del amigo al que encargué colgar ayer mi comentario, al estar yo en Madrid presentando el libro Vida y asesinato de Tomás Caballero, me obliga a retrasarlo hasta hoy). Veo que hasta grandes personajes contemporáneos confunden la religión cristiana, mejor, la fe cristiana con la magia o algo parecido. En una larga entrevista que acabo de leer, el famoso pintor alemán Anselm Kiefer -que expone estos días en el Gugenheim, de Bilbao- parece explicar y aun justificar la renuncia a su confesión católica con sinrazones como ésta: “Pocas personas han sido educadas con más ardor católico que yo. Recuerdo mi primera comunión; esperaba ser iluminado, y no sucedió nada. El desencanto fue total”. Naturalmente. Y sigue diciendo el artista: “Mi religión va más allá: a donde la espiritualidad, la psicología y la historia se unen sin resolución. En cualquier caso jamás digo “creo en”, porque todas las religiones tienen la misma base: la búsqueda del ser supremo. Lo que me interesa de la mística es que rompió las barreras de lo ortodoxo en religión”. Bueno, sin meternos ahora en honduras místicas, mejor así que esperar, mágicamente, no sé qué iluminación.

El lenguaje del mito

El mito, el mito genuino -lo contrario de lo que suele entenderse como tal- es el lenguaje vivo, pleno, y humano por excelencia. Nos da qué pensar, qué sentir, qué hacer y qué esperar. Es el lenguaje más profundo, aquél que nace de la experiencia decisiva del hombre. El que cambia radicalmente sus relaciones, su estar en el mundo. El que es capaz de transcenderlo también.

“In manus tuas, Domine…”

Quinto aniversario de la muerte de mi madre. Era día de Jueves Santo y fue la Semana más santa de mi vida. Huiré hoy de nuevo de todo rito personal y transpersonal del recuerdo minucioso, del cultivo doloroso de la memoria del dolor y de la tristeza. En otros puede ser normal y hasta saludable. Para mí, tal vez por mi fragilidad, es mucho más negativo que positivo Además, ¿no celebramos siempre festivamente el día de la muerte de los santos?. Leeré y meditaré vivencias y reflexiones sobre la resurrección de Jesús y la nuestra, tan cercanos ya a la Pascua. Y comienzo por esta experiencia sapiencial de Juan Luis Ruiz de la Peña, teólogo y músico asturiano, antropólogo y escatólogo de primera línea, autor de muchos libros magistrales, fallecido en 1997. Poco antes de morir, se puso a escribir en el ordenador sus penúltimas vivencias sobre la vida y la muerte. Se preguntaba si durante una enfermedad realmente grave, cuando el yo personal se encuentra embargado, enajenado, expropiado por el dolor, se puede seguir siendo persona y no sólo cuerpo, el cuerpo que se es y no se tiene, y si ya sólo cabe lo que los antiguos llamaban satispasión, disposición a la pasión, aceptación de la pasividad. “Es este el momento –continúa el autor de La Pascua de la Creación en que el hombre se apercibe (por una suerte de revelación de cegadora nitidez) de que en algún momento de su proceso vital le aguarda inexorablemente algo que lo va a consumar consumiéndole literalmente; que no hay forma de rematar la empresa de ser hombre sin esa consumación que lo consume; que no basta “hacer bastante” (“satisfacere”), sino que es menester “padecer bastante” (“satispati”) para cerrar el ciclo. No conozco ninguna lectura (filosófica o religiosa) del fenómeno humano que pueda justificar este tránsito del “satisfacere” al “satispati” del modo como hace la fe cristiana. El hombre se percibe a sí mismo sobre todo como agente ejecutivo, autor y actor libremente responsable de su destino. Cuando la enfermedad le descubre cuán precaria era, a fin de cuentas, esa pretensión en la que cifra su autoestima, ¿dónde encontrar la clave que esclarezca la radical inversión de su instalación en la realidad por la que está pasando? ¿De dónde recabar el temple preciso para encajar tan dolorosa metamorfosis? Sólo el paradigma de una pasión que es acción libremente diseñada puede esclarecer la aporía. Sólo el hecho-Cristo sirve aqui de algo.Todo lo demás es literatura (generalmente mediocre), patético titanismo o huída encubridora de la situación que se está viviendo. El “In manus tuas commendo spiritum meum” es en esta coyuntura la única fórmula con sentido, la sola consolación posible. En la fe en el Dios vivo y en la esperanza de la victoria sobre la muerte”.

No a la guerra

Pocas veces, o ninguna, conoció nuestro país consenso nacional tan unánime como el que juntó por aquellos meses a los españoles para abominar “ex toto corde” de cualquier intervención en la contienda armada. Las personas intelectualmente solventes, militasen o no en política, coincidieron todas, salvo levísimos matices, con el parecer expresado por Dato y Maura al comienzo de la conflagración (…). Los restantes compatriotas, sin distinción de sexo ni edad, agudizaron (no sin fundamento ahora) el pacifisimo a ultranza, que, desde 1909 (o, para ser más exactos, desde 1899) latía vivaz en sus cuerpos y quizá también en sus almas“. Que los españoles defendieran la neutralidad en la segunda guerra mundial, recién terminada nuestra guerra civil, parece obvio. Pero el pacifismo de nuestro pueblo, su horror a la guerra, venía de lejos, como nos dicen los historidadores Gabriel Maura y Melchor Fernández Almagro en su libro Por qué cayó Alfonso XIII, en el capítulo relativo a la primera guerra mundial. Las dos grandes guerras nos venían grandes y sobre todo lejanas. No tenían nada que ver con nuestra resistencia patriótica frente a los soldados revolucionarios franceses y napoleónicos. Las últimas derrotas coloniales en América y Oceanía, y la interminable y agotadora guerra de África nos dejaron sólo las ganas de pelearnos entre nosotros mismos. Y ahora, afortunadamente, ni eso. El anterior Gobierno español no estudió bien la historia política de nuestro último siglo. Hoy en España, como en otros muchos países, la única acción militar tolerable fuera de nuestras fronteras es la del servicio de la paz (mejor con mandato de la ONU), es decir, la guerra defensiva o la que parezca, inducidamente o no, como tal. Es el caso de Afganistán o antes de la ex Yugoslavia. Por lo demás, nuestro conocimiento de la política exterior es tan exiguo y nuestra presencia en el mundo contemporáneo ha sido tan tenue, que nuestra sensibilidad ante las muchas atrocidades y guerras que han ensangretado el mapamundi apenas si nos han conmovido, fuera de la guerra de Irak, y eso por motivos de política interna. Pero las terribles dictaduras sanguinarias de Sadam Hussein y de los ayatollahs de Irán, la espantosa y larga guerra entre Iran e Irak, las numerosas e implacables dictaduras africanas, asiáticas y hasta iberoamericanas -incluida la de Castro-, y las guerras ignoradas, crueles y continuas de Somalia, Liberia, Angola, Congo, Sudán, Guatemala, Nicaragua, Sri Lanka, Vietnam, Camboya, etc., etc., no han levantado casi nunca una protesta y menos una movilización. No a la guerra, pero según dónde, cuándo y cómo.

Construyendo Europa

Invitado, como ex parlamentario español en Estrasburgo y Bruselas, por la Oficina del Parlamento Europeo y por la Representación de la Comisión Europea en España, no asistí a la celebración “50 años construyendo Europa” en la plaza del Palacio de Oriente, de Madrid, el pasado viernes, 23 de marzo. Cuántas veces he leído, recitado, citado, comentado ese preámbulo al Tratado de la Comunidad Económica Europea, leído solemnemente anteayer, aprobado en Roma por los padres fundadores, aquel 25 de marzo de 1957: aquellos padres fundadores europeos, resueltos a consolidar (…) la defensa de la paz y de la libertad”… ¿Qué habrán dicho en esa celebración conmemorativa “las autoridades presentes” españolas, cuando los españoles llevamos mucho más de 500 años construyendo España? ¿Habrán cantado la paz y la libertad de las que todos estamos hablando estos últimos días?

“Críticas” y “boicot”

Los ciudadanos españoles, es decir, la gente de nuestro país, como la de cualquier otro, no podemos estudiar cada una de las noticias que nos llegan, dedicarles unas horas o días tal vez, para cerciorarnos de su verdad o de su falta de verdad. Y por eso casi siempre nos quedamos con lo que nos transmiten las agencias, los medios de comunicación o los periodistas de esos medios. Con frecuencia nos dan gato por liebre, interpretación por información. Y así, ayer, jugaban algunos periodistas con las palabras críticas y boicot, que no son, ni mucho menos, lo mismo. Le he dedicado al asunto un buen rato, he leído las dos informaciones originales en distintos medios, y puedo decir, con cierta seguridad, que el señor Polanco, patrón de los medios informativos de Prisa, no hizo unas críticas al PP, a las que éste respondió con un boicot a los medios de Prisa. No. La realidad es otra: el señor Polanco, ese señor riquísimo, que se hizo ya rico en la dictadura y con la dictadura franquista, llamó, en una junta de accionistas, aunque con ciertos rodeos, revanchistas, franquistas y guerracivilistas a los del PP y animó a sus colegas y coeuristas allí presentes a un (relativo) boicot intelectual, moral y político a dicho partido. A lo cual éste respondió con un (relativo) boicot a los medios de Prisa. Aquí la trampilla lingüística habitual está en querer convertir el primer boicot en críticas, y dejar el segundo boicot como único boicot. ¡Qué malos tienen que ser los que responden a unas críticas democráticas hechas a un partido derechista con todo un boicot político de ese partido a unos medios informativos progresistas! Pues, no. Eso no es una buena información, sino una interesada interpretación, y en este caso interpretación manipuladora, justificadora del amigo (patrón) y acusadora del enemigo (el partido de la oposición al partido amigo en el gobierno).

Ecce Homo

El responsorio “¡Oh, vos omnes..!”, cantado hace unas horas por el grupo gregorianista navarro Gaudeamus, me ha evocado el cuadro de Antonio Saura, Ecce Homo (1960), que contemplé recientemente en el Museo Reina Sofía, de Madrid y lo llevo en la memoria más viva. Una de las mejores creaciones -óleo sobre lienzo- del autor de la serie Crucifixión es también una de las mayores creaciones de la historia de la pintura española, y aun de la universal, sobre un tema tan habitual en ella como la Pasión de Cristo. Sin duda que para el autor oscense es a la vez el cuadro del dolor humano, del hombre maltratado y torturado, pero eso no cambia un ápice la realidad, antes bien la interpreta según la mejor teología cristiana. Espinas y cabellos ensangrentados coronan un rostro destrozado, en el que se han estrellado todas las afrentas, humillaciones, dolores y quebrantos, directamente posado sobre una columna fría y marmórea, de la que salen dos como brazos, no sé si de azotes o de horrores, en uno de los cuales me parece ver un pequeño espejo, extremo de la burla y la irrisión. Es El grito -otra de las series célebres de Saura- aquí silenciado, hecho imposible, bajo un ojo ennegrecido y otro amoratado, la mandíbula hecha un garabato y la boca evanescente. ¿Varón de dolores? Ni siquiera eso: el dolor y la destrucción del hombre hechos dibujo terrible, y unos trazos, bien trabados, de pintura gris, cárdena, roja y negra. Para un creyente, la tras-cendencia hecha tras-descendencia y sobre todo con-descendencia, en acertada expresión del teólogo Jon Sobrino. ¡Oh, vos, omnes…!

La condena del juez

La absolución del culpable es la condena del juez“, escribió el poeta dramático romano Publius Syrus (85 a.C. – 43 p.C.), célebre por sus frases célebres. En algunos casos, y según ciertos sistemas judiciales en vigor, el culpable es el fiscal

La “notificatio” al P. Jon Sobrino

Me siento desolado tras leer la carta del jesuita salvadoreño, de origen vasco-español, Jon Sobrino al P.General de la Compañía de Jesús sobre la “notificatio” enviada por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. En ella se le pide nada menos que una “adhesión sin reservas“, como en los peores tiempos. La cosa viene de lejos, porque los dos libros teológicos del profesor de la Universidad Centro Américana (UCA), de San Salvador, punto de mira de las críticas de la Congregación, y otros escritos anteriores, también juzgados sospechosos, llevan varios años de vida y han sido interpretados muy positivasmente por parte de muchos eminentes teólogos, desde nuestro profesor navarro en la Gregoriana, P. Juan Alfaro, ya fallecido, hasta el mejor, quizás, cristólogo de hoy día, el jesuita francés P. Bernard Sesboüé. Estos han salido siempre en defensa de Jon, amigo y compañero de los mártires jesuitas de El Salvador -con el teólogo y filósofo P. Ignacio Ellacuría a la cabeza-, que se salvó de aquel magnicidio múltiple, todavía impune, sólo porque estaba fuera de la residencia, aquella noche trágica. Sobrino lo explica todo a Kolvenbach con sinceridad, transparencia y dolor, pero a la vez con una gran firmeza y fortaleza cristianas. ¿Cómo no recordar lo ocurrido, hace bien poco tiempo, con decenas de teólogos insignes que han sido atormentados con suplicios parecidos, desde De Lubac hasta Rahner, ambos jesuitas? ¿Cómo no rabiar leyendo la dolorida queja de un Congar, en carta a su madre, o la contundente diatriba contra la Curia Romana, escrita por el maestro de moralistas, el ancianno redentorista alemán P. Häring, cuyos libros fueron alimento espiritual de nuestra generación? Algunos de ellos fueron promovidos, años más tarde, nada menos que a … cardenales de la Santa Iglesia Romana, y pasan por ser hoy cimas venerables de la teología católica. ¿Pero dónde estamos? Podemos no tener a Sobrino entre nuestros teólogos preferidos; o disentir de él en afirmaciones, omisiones, actitudes, etc. Yo mismo, pobre de mí, he criticado alguna vez en escritos públicos el poco delicado tratamiento dado por él y por algunos de sus amigos al terrible 11-S en Nueva York, y me ha dolido su olvido de un acontecimoento tan grave como el de ETA y su millar de víctimas, mucho más escandaloso e injustificable en demasiados teólogos y cristianos “progresistas” españoles, ciegos, sordos y mudos ante esa matanza, opresión, injusticia, impostura mayúsculas, que ha sido y es el terrorismo independentista vasco, parcialmente apoyado y justificado por cierta Iglesia política, y.que, por lo visto, no es digno de las proféticas maldiciones que se merecen de continuo las víctimas, ésas sí, del liberalismo y capitalismo inhumano, del voraz imperialismo USA o cualquiera de sus satélites, en cualquier lugar del mundo. Esto me ha escandalizado siempre y sigue escandalizándome. Y lo que digo de ETA puede aplicarse a otras zonas de sufrimiento, silenciadas o demasiado preteridas a menudo por la teología de la liberación. Bien. Incluso en el ámbito doctrinal, es discutible el sentido, marxistoide o no, que se da con frecuencia en esta teología a la expresión “Iglesia de los pobres”, puesta en circulación ya por Juan XXIII y el Concilio Vaticano, y discutible es asimismo el exclusivo o primordial papel que se concede en algunos casos a los “pobres” en la sociedad y en la Iglesia. Pero todo esto es cosa de estudio y debate diarios, de constante reflexión teológica, filosófica, sociológica, histórica… en seminarios, universidades, simposios, congresos. O en foros más reducidos, si se quiere. En el más delicado de los casos, en unos encuentros fraternales, y no unilaterales y secretistas, con mediadores de confianza y probada rectitud. (Con otro tipo de gente y otro tipo de cuestiones así se hace cotidianamente). Pero no por medio de una “notificatio” pública, severa, tajante, conminatoria -ya de suyo un máximo castigo- contra unos teólogos que nunca se han negado, fuera de algún caso que otro, a dialogar, a discutir, a convencer o ser convencidos, a mejorar, a corregir, a rectificar o a ratificar, cuando haya motivo y razón, y que hasta se han callado y humillado, a pesar de tener razón. Y no es que Jon Sobrino no vea en su propia obra los errores de que se le acusa; es que muchos y mejores teólogos que él, y de toda geografía y escuela, reconocidos mundialmente, no los han visto tampoco. ¿O es que en la Curia Romana hay arcángeles teólogos, no conocidos fuera de ella? Desgraciadamente, una triste historia, muy vieja y muy humana, demasiado humana, se repite (no quiero pronunciar ni el sustantivo ni el adjetivo ominosos que me vienen a las mientes). Y de nuevo se da al mundo católico, cristiano, y sobre todo al mundo indiferente, agnóstico o ateo, tantas veces groseramente anticlerical y antieclesial, un pésimo ejemplo, que a muchos les evoca muy negras páginas históricas, hoy execradas por todos los que no sean unos pobres fanáticos. Triste cosa en verdad. Esperemos que la Compañía de Jesús, tan habituada a la persecución, llegada de todos los puntos cardinales, pueda resolver este caso, como resolvió muchos anteriores. Que la benemérita UCA no pierda hombres y profesores puntales y heróicos. Que la teología de la liberación no sea excluida por la violencia de acusaciones y condenas de la rica pluralidad propia de una teología católica (universal) a la altura del siglo XXI. Y sobre todo que el amor de Dios –Deus caritas est– no sea velado todavía más por la falta de prudencia, de justicia, fortaleza y templanza de quienes debieran ser ejemplo de esas mismas virtudes, más necesarias en la Iglesia que en la misma sociedad civil.

¿Derrocar el Estado?

Voy terminando el libro de Stanley G. Payne, El régimen de Franco:1936-1975, editado por Alianza en 1987. Con abundante acopio de fuentes españolas y extranjeras, el renombrado hispanista escribe en 682 páginas una sobria, equilibrada, y apasionante, por no ser apasionada, historia de la dictadura, tan de agradecer después de tanta hagiografía y de tantos panfletos como hemos tenido que aguantar. Al haber vivido buena parte de lo que aqui se narra, el interés es sumo y el resultado muy positivo, ya que sabíamos casi siempre muy mal lo que pasaba tan de cerca. Cierro esta última tarde mi lectura en el año 1974, el primer año de gobierno de Arias Navarro, lleno de conspiraciones políticas, de huelgas, de la Revolución Portuguesa. Anoto esta frase del historiador Carlos E. Rodríguez, autor de Continuidad y Cambio, aparecido un año más tarde: “Un Estado moderno no es derrocado nunca: él mismo se rinde“.