Archivo por meses: febrero 2015

Vivir y morir para Dios

 

         Si viviéramos para Dios -como escribía el apóstol Pablo a los fieles de Roma- moriríamos también, de seguro, para Dios. Una señal inequívoca de que uno no vive para Dios es que mira a la muerte, la  rehúye y la teme, pensando no en Dios, sino en sí mismo. No quiere uno entregarse a Dios en la muerte, que eso sería “morir para Dios”, sino, en el mejor de los casos, resignarse a pasar por el aro inevitable. Porque sólo quien vive para Dios puede morir para Él. No hay magia ni milagro tan repentino que lo consiga sin más. El amor a Dios sí es más fuerte que la muerte, pues Él es el Viviente, el autor de la Vida, la Vida; no el mero amor humano, por lírica y venerable que sea la frase que nos engaña desde hace siglos. El amor humano, como bien vio Nietzsche, desea de suyo y exige eternidad, pero por sí sólo nunca es más fuerte, nunca vence a la muerte. Vivir para Dios = morir para Dios.

Lucía

 

 

Me presta su abuelo una foto de Lucía, una niña fuerte, guapa y rubia de dos años, y su padre me envía por la Red una foto de ella en la nieve: albura sobre albura, luz más luz. Y yo le hago estas letrillas elementales:

 

Cuánta luz en tus ojos,
cuánta luz en tu risa,
cuánta luz en tu piel,

Lucía

Esa luz es eterna,
esa luz es antigua,
y a la vez es reciente
,

Lucía

Esa luz nos deslumbra,
esa luz nos anima,
nos conforta y protege,

Lucía

De tu luz viviremos,
porque es fuente de vida,
de vida permanente,

Lucía

A tu luz acudimos,
que es pleno medidía;
a tu luz sonriente,

Lucía

En el silencio

 

          Sólo en el silencio se enciende la luz interior. Sólo en el silencio se oyen las voces que nacen y crecen existencia adentro. Sólo en el silencio se gustan los sabores íntimos. Sólo en el silencio se hacen reales y táctiles los movimientos internos, que parten del espiritu y son capaces de mover la Tierra.

Derrota

 

         Derrota llamaba hoy el perverso Antoni Martínez Barbeito al debate del Estado de la Nación, en sus inteligentes versos críticos, en la mañana de Onda Cero. Por sus excesos, sus intemperancias, malos modos. Especialmente lamentables fueron las salidas de tono del presidente Mariano Rajoy, casi siempre tan comedido y sereno. Vinieron después las de Pedro Sánchez, Alberto Garzón y Rosa Díez. Rajoy, Sánchez y Diez son excelentes parlamentarios, pero cuando insultan y pierden el respeto a los demás son infames políticos.

Vida religiosa consagrada

 

         Hacía tiempo que no leía un ensayo tan riguroso, penetrante y sugestivo como el del franciscano Lluis  Oviedo Torró, de la Universidad Pontificia Antonianum, de Roma, escrito en uno de los últimos pliegos de la revista VN. Describe algunos signos de decadencia de las órdenes y congregaciones religiosas: descenso en la capacidad de reclutamiento; los abandonos; descenso de empeño y movilización; secularización de muchas instituciones regidas por consagrados… Analiza después ampliamente las causas de todo ello: con la teoría de la secularización ambiente que se aplica a la Vida religiosa (causas externas), y con la teoría alternativa, denominada nuevo paradigma, que insiste más bien en las causas internas y apunta a la mala gestión o a los errores de modernización y aceptación que habrían perjudicado irremediablemente a las comunidades. Buscando signos y factores de vitalidad futura, apuesta por la visibilidad de las asociaciones religiosas; por el cuidado de la dimensión espiritual; por la llamada liminariedad, como formas alternativas de vida en los límites o fronteras simbólicas de la sociedad; por la  capacidad para la movilización de cara a la evangelización: expresión que reivindica y recuerda la presencia de un horizonte espiritual más allá de los límites y de la aridez del paisaje más secular. Oviedo Torró distingue bien las zonas occidentales y más secularizadas; las que están emergiendo en el llamado trercer mundo, muy religiosas, y las eslavas de anterior dominio comunista donde la fe resiste asociada a cierta identidad nacional. Cada una con retos y oportunidades propios, que no conviene mezclar. Es inevitable el desplazamiento que ciertas comunidades están llevando a cabo desde zonas occidentales a zonas que fueron otrora sólo de misión. Pero sería un error abandonar los ambientes más secularizdos. Lo que Torró aconseja es replantear allí su presencia, como ya hacen algunos movimientos nuevos y comunidades antiguas, en clave de evangelización activa y de nutrir espacios de trascendencia (…); de lo contrario, habrá que resignarse a la extinción, lo que sería una mala noticia para todos.

¿Nuestro mundo?

 

         En nuestro mundo, ese mundo que conocemos tan mal, porque vivimos, privilegiados, en una zona privilegiada, de cada 100 habitantes, 6 poseen el 59 de la riqueza total, y de esos 6, 2  son norteamericanos. De los 100, 80 viven en condiciones infrahumanas; 70 no saben leer; 50 sufren desnutrición; 1 está punto de morir, mientras un niño está a punto de nacer; 1 solo de entre los 100 tiene educación universitaria, y 1 solo tiene ordenador. ¿Verdad que no parece nuestro mundo?

“Piedad de mí, oh, Dios , por tu bondad”

 

 Piedad de mí. oh Dios, por tu bondad.
Por tu inmensa  ternura, borra mi delito.

Lávame a fondo de mi culpa.
Purifícame de mi pecado.

(Salmo 51, 3-4; Ez, 18, 22-23)

 

Piedad de mí, oh Dios.
Que sólo Tú

eres
esencialmente piadoso.
Ningún otro lo es.
Por tu piedad,
por tu ternura,
que los hombres entendemos mejor,
borra mi delito.
Son tantos y tan varios,
que sólo tu piedad
puede aniquilarlos.

Porque eso quiero, Señor,
esta nueva Cuaresma,
tomar en serio tu bondad
a pie juntillias,
mis rodillas en tierra y en mis labios tu cruz.

Quita, borra, destruye
no dejes rastro alguno
de mis culpas,
como hacemos nosotros con aquello

que queremos
que nadie vea,
que nadie huela,
que nadie intuya
que está en nuestro poder.

Que ni yo pueda un día recordarlo,
y menos tomarlo a pecho,
lo que sería
dudar de tu piedad
hacerla añicos..

Lávame, sí, a fondo de mi culpa
con el agua lustral de tu perdón.
Purifícame de mis muchos pecados,
y quede limpio ante Ti
por tu sola justicia.
¿Acaso te complaces con la muerte del malvado,
y no quieres más bien que se convierta y viva?

Catolicismo político

 

         Hace unas semanas escribía Alejandro Gándara en EM una reflexión sobre el estupor de algunos imputados  por corrupción y de otros más que imputados -no sólo políticos- ante las acusaciones de la justicia y ante las preguntas de la prensa. El lo explica por la relación paradójica que existe en algunos individuos entre lo privado y lo público. Porque, mientras consideran las faltas  y los pecados individuales cosa íntima entre la conciencia y Dios, por otra parte creen que la sociedad ha de estar sujeta a normas rígidas e inalterables en lo que concierne a la moral colectiva. Nadie, según estos elementos, debiera entrometerse en los pecados privados de alguien, y cualquier acusado puede aparecer incluso como paladín de la moral pública. El inculpado nunca está muy seguro de su propio delito, por aquello de que los actos humanos han de ser juzgados en sus circunstancias y en sus intenciones. Tampoco la repulsa social suele ser excesiva, pues la sociedad comparte la misma división entre lo privado y lo público y ya, en el extremo, considera que todos hubiéramos hecho lo mismo, si se nos hubiera presentado la ocasión. Gándara lo atribuye a la tradición casuística española, asignada, con cierta injusticia a los jesuitas, por aquello del P. Escobar, según la cual robar, estafar o mentir pueden ser pecado o no, y lo que importa es que el sistema funcione y la moral pública se mantenga. Opinión nefasta que contrapone a la siempre exaltada moral protestante (calvinista, mejor), que busca la mayor comunicación posible entre la ética individual y la moral colectiva. De ahí, según el autor, el estupor místico disfrazado de ira, soberbia o desdén, que se pinta en la cara del infractor, cuando es señalado y escarnecido. Depuesto el orden en que se creía, eso es el caos, y su obligación es convertirse en un defensor del equilibrio perdido.- Estoy lejos de imaginar el sujeto o los sujetos a los que puede referirse Gándara. Creo más posible que eso suceda en algunos sectores más privados de la moral, como puede ser la moral sexual personal, y se me hace más difícil la encarnadura de tal opinión en sectores como el de los negocios o  el de la relación política y sociedad, incluida la corrupción.  Pero es posible que eso sea más frecuente de lo que parece. Y merece la pena darle la importancia que le da el autor.

Los fanáticos y el terror

 

          La inmensa mayoría de los  soviéticos de aquel tiempo querían vivir en paz, pero un puñado de fanáticos acabó con la vida de 50 millones de vidas humanas. Los alemanes de aquel tiempo también querían vivir en paz, pero un puñado de fanáticos llevaron a Alemania a la guerra y a cientos de millones de muertos. También la gran mayoría de japoneses quería vivir en paz, pero una minoría de fanáticos asesinó a 12 millones de chinos.  Y los chinos ¿cómo no iban a querer vivir en paz? Pero un grupo selecto de fanáticos destruyó 70 millones de  compatriotas. Rusos, alemanes, japoneses, chinos …  Antes también, turcos, griegos y armenios, finlandeses. mexicanos, españoles… Y más tarde, millones y millones de iraníes, irakíes, camboyanos, laosianos, congoleños, afganos, somalíes, rwandeses, burundianos, surafricanos, judíos y palestinos, libaneses, sirios, serbios, croatas, argelinos, nigerianos, libios, egipcios, salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos, ucranianos… quisieron vivir en paz. Pero unos cuantos fanáticos en cada país, en todos los países, fueron, han sido, son todavía responsables de millones y millones de muertos, de heridos, de  mutilados, de enfermos, de hambrientos, de refugiados, de vagabundos, de desesperados… Mientras las mayorías silenciosas callan, se acobardan, apenas resisten, sobreviven, se acomodan, se defienden o huyen como pueden, o acaban siendo cómplices. Y ahora mismo, los más fanáticos de todos mienten, engañan, se propagan, se ayudan,  acechan, amenazan, queman,  lapidan, decapitan, violan, ponen bombas, dominan e intentan dominar el país, los países aledaños, el continente, el mundo.

Ni Cuaresma ni carnaval

 

 En el programa “Herrera en la onda”, de la cadena Onda Cero, Herrera preguntó qué día era ayer a su colaboradora cotidiana, “la Ramos Puente, de los Ramos Puente de toda la vida”, y ésta le contestó que día 18 y miércoles. ¿Nada más? Y Herrera puso entonces una bella marcha procesional. Ni por esas. No hubo más comentarios. Es más fácil saber hoy en España que empieza el Ramadán que la Cuaresma. Y, si la Cuaresma se desdibuja -aunque mucho menos en mucha gente de lo que algunos creen-, a la vez el Carnaval pierde cualquier referente histórico e ideológico para encontrar su esplendor o su vulgaridad en sus propios elementos ornamentales, como una fiesta extraña y redundante en medio de los dos equinocios de invierno y primavera, repitiendo en muchas partes lo comenzado en la Nochevieja. Si no hay carne que quitar (carnem tollere), ¿para qué las Carnestolendas? Y, si no hay que excluir la carne y todo lo equivalente (carnem levare), ¿para qué el Carnaval? De todos modos, estamos lejos de aquella vivencias, que, por ejemplo describe el joven vizcaíno Tomás Meabe -ahora que celebramos el centenario de su muerte-, converso del catolicismo y nacionalismo aranista al socialismo de los Carretero, Perezagua, Unamuno y Madinaveitia. Siguiendo a Larra, para quien todo el año era Carnaval en la España de su tiempo, Meabe predica tirar la careta carnavalesca de toda hipocresía y buscar la razón y el sentido autónomos de la vida, tras una tormentosa crisis religiosa. Pasaron las risotadas -escribe en su articulo El Carnaval de la vida, escrito en La lucha de clases, de Bilbao, el 15 de febrero de 1902-, las miraditas libidinosas, las excitantes posturas, las palabras de doble sentido, llenas de lascivia; la horrible y vengativa franqueza de un carnaval ensordecido por las voces chillonas de gentes que pugnan por arrojar, con la cara tapada, lo que sienten. Y,  frente a la orgía, a las voces aguardentosas, a los apretones lujuriosos,  nos pinta Meabe la Cuaresma enlutada, hipócrita; las genuflexiones místicas, las penitencias, los lloriqueos. Las iglesias se llenan de multitudes que se esfuerzan en ser respetuosas y humildes, atemorizadas ante las misteriosas ceremonias litúrgicas, atolondradas sus imaginaciones por diablos y dragones infernales; los ministros religiosos venden a gritos panaceas salvadoras, y los fieles mascullan rezos graves, acompañados de silbidos y choques de cuentas de rosario.-  Dos descripciones, más o menos excesivas, de lo que él vivió desde fuera y desde dentro, que hoy se nos hacen lejanas y extrañas. ¿Libidinoso un carnaval, cuando todo el año es carnaval? ¿Diablos y dragones infernales, y gritos de los ministros religiosos?  Ha pasado más de un siglo desde entonces.