Nacederos del Najerilla y del Arlanza

 

Una de las más bellas excursiones por tierras riojanas y castellanas es seguir desde su desembocadura de Torremontalbo, cerca de Cenicero, al más bello y largo río riojano, el Najerilla, y seguirlo, primero llano y pronto apretado por una doble muralla de montes, ásperos de encinas, robles y retamas, culebreando entre chopos, sauces y mimbreras, incendiados de otoño. Pasar  por entre los tres barrios de Anguiano, y por debajo de los veneros de Valvanera. Comprobar la unión de los ríos Canales y Neila, que, tras remansarse en el pantano de Mansilla, dan nombre al Najerilla. Y, al acercarnos a Villavelayo, recordando a santa Áurea, de la que era devoto Berceo, y al conde Fernán González, tomar un carretil iluminado por el oro vegetal y pararnos en Neila, el pueblo burgalés de las lagunas y del cuartel del cura Merino, debajo de la sierra de su nombre dentro de la inmensa  sierra de la Demanda. Cerca del casco urbano vemos nacer al Neila, o Najerilla, debajo de una roca caliza, tras recorrer sus primeros sesenta metros bajo una cueva famosa por sus atractivos espeleológicos. Dejamos correr a la inocente criatura que sale ya valiente de su escondrijo y, tras pasar Las Puentes, va recogiendo las aguas de las cumbres nivosas que son sus mejores afluentes. Porque desde allí vamos hasta el nacedero del Arlanza, rio literario donde los haya, al que vemos saltar desbordado y riente en Fuente Sanza, a 1.350 metros, cerca del puerto El Collado, bajo un denso pinar, en un raso delicioso, verdadero paraíso de setas variadas e innumerables, que tienen esta tarde un reguero de entusiastas recolectores. Y, tras visitar la capital de la Tierra de Pinares, Quintanar de la Sierra, el cercano cenobio de Revenga, y las pétreas necrópolis, vamos por una de las vías más bellas de España, que une los lindos pueblos sorianos que acogen al reciente y recental río Duero, que baja, dando saltos, desde los Picos de Urbión, bajo el padrinazgo cultural de Antonio Machado y Gerardo Diego: Regumiel, Duruelo, Covaleda, Salduero y Molinos. Viramos aquí hacia Vinuesa, cabeza de la Mesta, y subimos, dejando a un lado la Laguna Negra, hasta el Punto de Nieve, para bajar por el imponente Puerto de Santa Inés, entre pinares y hayedos otoñados, prietos sabinares y relucientes acebales. Tras reparar un rato en el empinado y eremítico Montenegro de Cameros, nos lanzamos a la nueva ruta que nos lleva  hacia los  cabalgantes pueblos cameranos, siguiendo ahora otro río nival riojano, casi un rápido montano, el Iregua, nacido en sierra Cebollera, que se abre paso, a un lado y otro, casi hasta su desembocadura en Logroño, entre acantilados gigantescos de todos los colores y de todos los volúmenes. Mirándolos, nos distraemos del otoño ya febril en álamos, arces, serbales, fresnos y sauces que acompañan el curso seguro y directo del afluente serrano, deseoso ya  de alcanzar el abrazo urbano, ancho y fluvial, del padre Ebro.