Pasión y Resurrección

 

           La idea obsesiva de que la Biblia es un libro formal de historia, y la ignorancia de los métodos crítico-históricos han hecho estragos en la cristiandad, especialmente católica, que se olvidó de una catequesis apropiada del pueblo a medida que los nuevos conocimientos bíblicos iban llegando a ciertas universidades. Lo veo en estos días pospascuales, cuando se leen en la liturgia los relatos evangélicos, simbólicos, parabólicos y midrásicos, que se siguen leyendo y explicando como si fueran hechos de la vida cotidiana. Como se sigue explicando la Pasión de Cristo, unida irreversiblemente a la Resurrección, como algo fatídico o querido por Dios, un Dios vengativo y cruel, eternamente enojado, necesitado de descargar sobre alguien su ira y su furor, que “entregó a su Hijo a la muerte”, entendido de manera literal, y así quedó vindicado y sereno, aplacado. No y mil veces, no. Jesús no fue entregado por Dios, ni “se entregó a la muerte”, como se explican mal ciertos textos litúrgicos y paralitúrgicos. Ni a la muerte ni a ninguno de sus suplicios. Los rehuyó cuanto pudo. Y los afrontó, cuando se los impusieron sus enemigos mortales, eso sí, valientemente, como parte de su compromiso radical con Dios y con los hombres. Pero ni los deseó jamás, ni, como un piscópata, se entregó a ellos. Primero de los mártires-testigos, murió, ejecutado, asesinado por la autoridad romana en Palestina y el sanedrín de los sacerdotes, los ancianos y herodianos, responsables primeros de su muerte, que, por cierto, pocas veces aparecen como tales. ¿Qué diríamos hoy si los miles de martirios cristianos los achacáramos a Dios, al azar, a la propia voluntad de los mártires, o a la responsabilidad de todos los cristianos y aun de todos los hombres?