¿A dónde vas, oh sol, con tus planetas?
-escribió Jean Paul en su Sueño terrrorífico-.
No hallarás ningún Dios en tu exacta travesía.
Su ojo reverberante
no es ya más
que una órbita negra y cavernosa.
Dios ha muerto. El cielo está vacío
-Gérard de Nerval lo confirmó-.
Hijos, llorad haber perdido a vuestro Padre.
Seguía el cielo negro
y Dios no respondía,
según Vigny, en su hermoso poema
El monte de los olivos.
André Bretón
tenía la respuesta:
El más allá, y todo el más allá
está en esta vida.
Paul Valery rechaza hasta los sueños.
Perdió Pascal un tiempo importantísimo
ocupándose de Dios y no del álgebra,
pues la Nada enseñorea el universo.
Viejo y maligno muñeco
-Mallarmé
lo vio, regocijado-,
abatido al fin.
El Orestes de Sartre,
heredero de Nietzsche,
no cree ya en Júpiterl Supremo
como rey de los hombres.
Y su autor ni siquiera
como rey de las piedras,
las estrellas y las islas del mar.
Beckett, en cambio,
junto a muchos otros hombres,
no desesperados,
espera,espera, espera
siempre a Godot.
Y Kafka, el profeta adelantado
de los tiempos actuales,
sabe que existe el juez,
infinito y lejano,
la belleza absoluta que es justicia:
Si con palabra justa se le invoca,
con nombre verdadero,
él entonces se acerca hasta nosotros.