Confederación y bilateralidad en Euskadi

 

                                 Prefiero dejar un poco de tiempo antes de comentar sucesos complejos como la elecciones. Así lo haré dentro de unos días.

Sirva mi primera impresión de que he visto con naturalidad, no digo que con complacencia, el previsto  triunfo  rotundo del confederalismo y la bilateralidad de los dirigentes del PNV y de BILDU-SORTU. (Digo dirigentes, no votantes, ni siquiera militantes). Confederalismo, que es todo lo contrario del federalismo, teórica aspiración del PSOE, y que, en el caso del BILDU-SORTU, es mera estación de tránsito hacia un imposible independentismo. Pero ya se sabe que al PSOE de Sánchez solo le interesa el Gobierno de varios años más, sin importarle mucho lo  que lo venga después ni lo que se cueza entretanto.

Copio al gran Ignacio Varela: ya que no pueden sacar a Cataluña y a Euskadi de España, cada día hacen lo posible para sacar a España de Euskadi y de Cataluña. Y en esas estamos  Ahora BILDU-SORTU ha aprendido bien la lección de su padrino histórico el PNV: la independencia como amenaza y chantaje permanente y ¡a vivir confortablemente del imposible independentismo diario!

Los castros de Tudela, Murchante, Urzante y Fontellas (y II)

 

                      Por la tarde, y con el mismo cierzo recio en popa a toda vela, llegamos a un creciente y renovado Murchante, buscando el castro, llamado La Torre, por una desaparecida torre medieval, descubierto en 1994 y ya citado por Castiella. En él se encontraron cerámicas manufacturadas, celtibéricas y romanas, lo que indica su permanencia en el Hierro Antiguo, Final y Romano.

Nos sirve de pista el Canal de Lodosa, que pasa por aquí e inunda el barranco Espartel, a un centenar de metros del poblado, pero, al no poder pasar, vamos al otro lado, junto a las Bodegas, donde se lee el famoso lema murchantino –El que a Murchante vino y no probó el vino ¿a qué vino?- y nos adentramos por un viejo olivar de troncos altos y retorcidos. bajo el cerro natural., pero no podemos ir muy lejos. El cultivo de cereal , primero,  la repoblación forestal después, el Canal de Lodosa y su balsa, más una posterior tejería hacen imposible la determinación de la superficie del poblado y hasta su localización exacta. Visto desde la calle más próxima de Murchante, sobre un conjunto de casas nuevas y elegantes jardines, la visión no es  mucho mejor.

Desilusionados, seguimos rumbo a Urzante, que a los navarros nos suena a Cascante, municipio al que pertenece, y a un aceite exquisito que solemos tener en nuestras casas. En cuanto llegamos a él, lo reconocemos. Fue un despoblado antiguo, que en tiempos de Madoz tenía cinco casas, ocho vecinos y 32 almas, que estuvo. habitado hasta comienzos del siglo pasado. Queda el viejo cementerio, cerrado y precintado, al sur del castro, y en el núcleo del despoblado dos almacenes, donde ladra un perro; unos  edificios en ruinas;, la ermita de Santa Lucía, toda  de ladrillo rojo y sin campana en la espadaña, y la base de una torre medieval con grandes almohadillados de piedra arenisca, entreverados de ladrillos. Debajo y al otro lado del barranco Pedernal, que apenas lleva agua, luce una hermosa casa de campo con huerto, palmera, olivos y unos bancos de caléndulas, Un frondoso rodal de chopos lo ornamenta en su flanco oriental. Vemos terrenos baldíos entre el barranco y el cercano y cansado río Queiles, y más al oeste, algunas viñas.

La pequeña altura, de la que habla Madoz, fue el extenso terreno (12.000 metros cuadrados) del castro de la Edad de Hierro, poblado también en época romana y, como hemos visto, durante la Edad Media hasta nuestros días. Las cerámicas varias y vajillas romanas y medievales halladas aquí lo confirman. La estructura del castro es evidente, con una zona más cerca de lo que queda del despoblado y otra algo elevada, ahora baldía, poblada de tomillos, ontinas y sisallos Estaba bien defendido por el barranco al N, E. y O. y seguramente defendido por foso y muralla o empalizada por el S, por donde hoy pasa la carretera. Durante la época romana debió de haber un vicus o villa dependiente del vecino oppidum de Kaiskata, pronto municipio de derecho romano de Cascantum.

Nos queda llegar hasta términos de Fontellas y buscar El Castellar, significativo  nombre del castro descubierto por Castiella, a unos cientos de metros del río Ebro, donde descubrió cerámicas manufacturadas y celtibéricas, molinos varios, ánforas campaniformes y terra sigillata hispanica. Desfigurado por el cultivo y la explotación o cantera de áridos y posterior escombrera, queda en pie la estampa de su estructura castreña recortada en el cielo azul, ya entristecido, de la tarde de abril.

No nos deja de arremeter el cierzo. Y enfrentados a él, nos volvemos a Pamplona.

Los castros de Tudela, Cascante, Murchante y Fontellas (I)

 

                      El sol es cercano en esta mañana de abril y un cierzo entusiasta hace crecer  los muchos pinos, cipreses, ailantos y acacias que nos acompañan en la autopista hasta Tudela.

Pasamos el puente musical de Tudela sobre el Ebro, que llega caudal y primavera, y en  un santiamén  el prodigioso tomton navegador nos lleva, pasando por el parque, hasta el primer aparcamiento del cerro de Santa Bárbara, que en el tajo abierto por las excavaciones nos deja ver las entrañas de su historia.

Primero, alcazaba mora, luego castillo cristiano, emita de la santa de su nombre en el siglo XVII, fortín militar en el XIX, y peana gigantesca de piedra para una gigantesca estatua del Sagrado Corazón en los años cuarenta del XX, el cerro de Santa Bárbara es un museo vivo y carnal de lo que la ciudad de Tudela ha sido durante siglos. Subimos entre pinos y cipreses hasta la base del monumento hecho seguramente con las piedras de todas las construcciones, murallas incluidas, de todas las edificaciones anteriores. Algunas familias y algunas personas individuales se sientan en los bancos o pasean por la cima amesetada o aprovechan, como nosotros, este incomparable mirador para enriquecer el cerebro. Junto a una fuente, cerrada, de piedra, donde han colocado la grabadora, bailan unas adolescentes alborotadas y bullangueras.

Desde abajo hasta la cima sube un vía-crucis de podios bajos de piedra con la leyenda Amigos del Corazón de Jesús. Pequeños gamones y pizpiretas manzanillas silvestres o locas, junto con algunos tomillos, cubren los trozos de tierra no excavada o no ajardinada del cerro.

La histórica y céntrica Tudela de los tejados terrosos, que tiene como eje la esbelta torre tardorrománica de la catedral, está rodeada por todos los lados por las nuevas  y variopintas construcciones  de la nueva Tudela, ciudad industrial, agrícola y comercial, próspera donde las haya. En frente, otro cerro pinoso, otra atalaya,  la torre mudéjar de Monreal (Monte real) y otro reciente monumento al Sagrado Corazón. Más lejos, el retablo de Ablitas, con el estandarte de su torre medieval. Y el Moncayo, con algunas franjas de nieve en sus pétreos costados.

Pero los ojos se me van pronto hacia el padre río Ebro, verdiazulenco, que pasa, más ancho que nunca, entre azulverdosos álamos, verdes olmos, alisos, fresnos y verdeamarillas mimbreras, pintando de verde regadío con sus manos invisibles las blancas tierras aluviales de sus riberas.

Y, debajo de nosotros, la feria viva y cuadricular de la verdura de Tudela en la Mejana -la Mediana-, con la alcachofa como reina, a la que canté un día en verso y en prosa en el salón de la casa consistorial. Árboles frutales, algunos cipreses, algunas palmeras. Algunas huertas están baldías y en una de ellas han plantado un rodal de olivos. En los Montes de Cierzo nos saluda  con aspavientos un batallón de molinos eólicos.

En las muchas excavaciones que en este cerro singular ha llevado a cabo el arqueólogo tudelano Juan José Bienes y su equipo, les salieron también los primeros restos del primer poblado de la Primera y Segunda Edad del Hierro en casi 14.000 metros cuadrados de superficie: entre ellos, cerámicas celtíberas de gran calidad y hasta una sepultura infantil con una pulsera de cobre como adorno. No es menester decir que con todo lo que llovió y se construyó desde entonces, solo queda del oppidum el cerro notablemente transformado; el paisaje, ya muy humanizado, y el río ya no tan temperamental, térrea y  pétremente encauzado.

Pasa también silbando el tren por la estrecha cornisa entre los paredones arcilloso, las huertas  y el río, como si se diera prisa por librarse de una posible inundación  o de un posible desplome de los farallones rojizos cortados a su paso.

Aragonés, en castellano

 

                                                   Ha sido muy emocionante ver y oír al político Aragonés García, hijo y nieto de ricos y notorios franquistas, y que, aunque no parezca, es president independentista de la Generalitat de Cataluña, animar en castellano -para ellos en español- a sus correligionarios  de Bildu-Sortu, en vísperas de las elecciones autonómicas vascas.

No lo ha hecho en euskara: no lo sabe, no lo ha aprendido, a pesar de su pre tensión de que todas las autoridades españolas aprendan los cuatro idiomas del Estado.

No lo ha hecho en catalán, porque sus correligionarios vascos tienen tan poco interés en aprender catalán como él y sus compañeros en aprender el vasco.

Ha hablado, ay, en el lenguaje común de los ciudadanos españoles. Y lo ha hecho sin  traducción e interpretación simultánea, que es lo que ellos han exigido al Gobierno español tanto en el Parlamento Europeo como en las Cortes españolas. Qué discriminación y qué desprecio al catalán y al euskara.

Ha hablado en español. En esa lengua, en la que no se puede hablar en las escuelas catalanas de Cataluña ni siquiera en ese raquítico 25% a que les obliga, en vano, el Tribunal Supremo.

Es el acto más singular de toda la campaña, aparte el patinazo del candidato bildutarra y sortutarra de calificar a ETA de grupo armado, por lo que, para no perder votos, no por otra cosa, después ha tenido que pedir perdón a las víctimas, por si…, caso seguramente remoto y hasta hipotético,  haya podido (subjuntivo potencial) herirlas en su patogénica sensibilidad.

Para mí, ha sido el acto  más emotivo.

La hospitalidad en la tradición benedictina (y II)

 

                        Un hermano fue a visitar a un ermitaño. Cuando se despedía, le dijo: –Perdóname, padre, porque ha  tenido que saltarse su regla por mí. Pero el ermitaño respondió: – Mi regla es recibirle con hospitalidad y que se vaya en paz.

(Dichos de los padres y madres del desierto)

 

                    A todos los huéspedes que vienen al monasterio se les recibe como a Cristo. (…). Cuando se anuncie la llegada de un huésped, acudan a su encuentro el superior y los hermanos con las mayores muestras de caridad. Primero orarán juntos, y así se hermanarán en la paz. (…) Muestren la mayor humildad al saludar a todos los huéspedes que llegan o se van (…) adorando a Cristo en ellos, pues es a él al que se recibe.

(Regla de San Benito)

 

Póngase el  máximo cuidado y atención en recibir a pobres y extranjeros, porque de modo especial en ellos se recibe a Cristo. Pues el respeto que imponen los ricos ya obliga a honrarles.

(Regla de San Benito)

 

Se tratará con toda afabilidad a los huéspedes. En a tención a ellos, el superior interrumpa el ayuno, a no ser que se trate de uno de los días  de ayuno que no se puede violar. (…) El abad dé aguamanos a los huéspedes. Tanto el abad como toda la comunidad laven los pies  a todos los huéspedes.

(Regla de San Benito)

La hospitalidad en la tradición benedictina (I)

 

                        Al comienzo de la vida monástica, en un entorno desértico hostil, los monjes nunca dudaron en ser hospitalarios. En tiempos de San Benito la cosa no era tan cómoda: la distinción de  clase era muy grande, y los huéspedes muy diferentes. Pero todos sabían que, si Cristo los visitaba, estaría entre los pobres . De modo que el ideal seguía en pie: tratad a todos como si fueran Cristo.

Hoy en día los grandes enemigos de una hospitalidad universal como esa son el estar siempre ocupados, el miedo y el profesionalismo.

No tener tiempo (para otros) significa muchas veces, a veces casi siempre, una vida muy particular, cerrada al exterior, egoísta, reconcentrada en uno mismo y ajena sobre todo a las necesidades de los otros, que suelen ser los demás.

El miedo a la violencia y a la intrusión es natural, y más en ciertos lugares y tiempos, donde toda cautela es poca, pero a menudo el miedo es todo lo contrario a la apertura y generosidad para con los que necesitan la normal coexistencia y convivencia.

El profesionalismo, que indica un alto grado de civilización en el mundo de los servicios sociales y de la salud pública, no puede ser una cerrazón obligada ante todo desconocido, forastero o extranjero.

La hospitalidad, ejemplar también en no pocos casos dentro de nuestro mundo actual, sigue siendo una virtud, un arte y una escuela de vida. De buenas personas y de almas grandes.

Cínicos

            Los cínicos antiguos, los de verdad, eran mucho mejores moralmente que los que hoy llamamos cínicos. Hoy llamamos cínicos a los que, lejos de cultivar la verdad, cultivan la mentira y el engaño, pero se sirven de la verdad cuando les conviene. Es una degeneración.

Esto acaba de ocurrir estos días en el País Vasco, donde, con ocasión de las elecciones autonómicas, los que hasta ahora blanqueaban a BILDU-SORTU, partido heredero de ETA-Batasuna, lo llamaban legal y hasta democrático, y pactaban guapamente con él, se han puesto a descalificarlo y hasta a insultarlo, solo porque su candidato no ha querido llamar a ETA banda terrorista, sino solo grupo armado. Como si eso fuera una novedad. Pero es que ahora les interesa, por meros motivos electorales, tenerlo como maldito, como enemigo, hasta después de los resultados, donde volverán a llamarlo democrático y hasta progresista, para volver a pactar como hasta ahora. El caso más llamativo es el del ministro de Obras Públicas, el impresentable Oscar Puente, que, habiendo, hace unas semanas, celebrado sin complejos, y sin ninguna dificultad, que el PSOE entregara el ayuntamiento de Pamplona a un partido progresista y democrático, hoy mismo decía todo lo contrario y tenía la desfachatez de acusarle de falta de ética y democracia. Algo parecido decía la portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, y lo repetirán muchos como papagayos. Todo, por seguir la voluntad soberana del presidente Sánchez, que necesita de BILDU-SORTU para seguir en la Moncloa.
¡Cínicos, es decir, degenerados!

Los castros de Lerín, Cárcar, Andosilla y Azagra (y II)

 

                       De Lerín seguimos, el segundo sábado abrileño, algo más caluroso que el primero, por la carretera de Falces, en busca del castro Campiestros, cerca del límite de Andosilla con Falces y Lerín, según me han dicho amablemente en el ayuntamiento del primero de estos tres pueblos.

Llevamos a nuestra izquierda la sierra y subsierra del Monte, que termina en el Alto del Chormo, ya sobre el valle del Arga, al norte de Falces, y avanzamos entre extensos campos de herbales de trigo y cebada, ondulados e irregulares, sin un árbol a la vista, si exceptuamos una finca de almendros. En algunos ribazos ya han granado las espigas  en los tallos que brotaron fuera de la finca. Pareciera que todo el terreno estuviese sembrado, porque los baldíos y algunos breves humedales están cubiertos de hierba o floreados con las mostazas negras (amarillas), que llamamos ziapes, las blancas o floridas, y con los primaverales dientes de león. Sobre la sierra lineal y pinosa de Lerín asoma la modesta cumbre de Jenáriz, frontera de Miranda de Arga. Luego la carretera avanza entre dos serrezuelas, con pequeños cabezos y altirones, que a veces nos confunden. Ya metidos en tierras de Falces, nos volvemos y, en el kilómetro 14, junto a una vacada que pasta apaciblemente, subimos a la serrezuela que llevamos ahora a nuestra izquierda, porque creemos que hemos dado con lo que buscamos. En los mapas lleva el nombre de Suertes Viejas. La serrezuela tiene la figura de un bieldo invertido, una de cuyas puntas acaba en Peñalén y otra en el termino Rayuela, cerca de Peralta. Es tierra de monte bajo, con mucho cascajo, y varias viñas viejas y nuevas, así como nuevas plantaciones de olivos. Otros términos contiguos como El Carrasquillo y El Abriel deben de ser también tierras de viñedos.

Avanzamos por la orilla de unas de las viñas, en una ladera llena matas de jaras rosadas (cistus purpureus), como nunca habíamos visto, con las hojas suaves y arrugadas, hermosas como una aparición pascual. En el cabo extremos de esta pequeña sierra estuvo el pequeño castro llamado Campiestros, estudiado por Armendáriz, de 2.000 metros cuadrados, con cuatro niveles de terraplenes y recinto económico al norte del mismo. Aquí encontró cerámicas del Bronce Final y Hierro Antiguo, molinos barquiformes, percutores y alisaderas. Tierra escasa de pastos, cree probable que de aquí emigraran sus pobladores al castro vecino de Las Coronas, que veremos o luego, o al Castejón de Falces, que ya vimos en su día, y que no está tampoco demasiado lejos. No hay restos ni de viviendas ni de murallas.

Habiendo yantado y sesteados a la sombra protectora de un pino robusto, y en compañía de un pequeño avellano, cerca del río Ega, por la tarde salimos de nuevo hacia el castro Las Coronas, que no supimos encontrar el sábado anterior. No era tan difícil. Sin llegar al término contiguo de Cárcar, se entra por un camino rural que pasa cerca de un gran almacén de purines, que apestan, y sigue hasta una viña nueva y vallada, cerca del río Ega, el término de Los Pintados. Descubierto también este yacimiento por José Luis Ona, tiene la dimensión inusitada de 16.000 metros cuadrados, con un foso y muralla de 2 a 3 metros de tierra, y un talud de 6 metros. Los cultivos posteriores han destruido su estructuras primitivas. En su área se encontraron molinos de piedra barquiformes y circulares. Y muchas monedas  romanas en las proximidades. Abandonado antes de la Edad Media, el vicus romano que le siguió debió de desplazarse a un lugar desconocido, tal vez bajo la protección de la ciudad de Calagurris.

<em>Como la tarde es ya larga, y el calor ha bajado unos grados, tenemos tiempo de llegarnos hasta Azagra por la carretera de Milagro. El yacimiento del cabezo Los Forcos, a 25 metros del río, fue excavado clandestinamente y salieron a luz estratos de una habitación del Hierro Medio con abundantes cenizas y carbones. Parece, según Armendáriz el arrabal del poblado que pudo estar en el espolón de terraza situado al norte de las mismas, pero removido y desfigurado por la deposición de basuras y escombros recientes.
Andamos entre viñedos y olivares. Subimos sobre los cortados y contemplamos el paso lento del río en todo su esplendor melancólico vespertino, llevando sobre su suave piel las infinitas flores blancas de de los amentos de los álamos.
Damos una vuelta por el casco viejo de Azagra, pueblo de mis tíos y primos maestros, siempre bajo la peña asesina, bajo la peña amenazante, bajo la pena peligrosa, bajo la peña controlada. La nueva Azagra, muy crecida e industrializada, es cosa de ver.

Los castros de Lerín, Cárcar, Andosilla y Azagra (I)

 

                           Este año, podríamos cambiar el arcaico  refrán e intentar uno nuevo: De marzo las aguas mil / nos trajeron el mes de abril. Nos trajeron este abril luminoso, templado y exhuberantemente verdecido.

Cuando llegamos a Lerín, al Lerín llano y creciente, recuerdo aquellos versillos que inventé en los ochenta:

Lerín es como un navío
   que navega en la Ribera:
Que todos son marineros en LerÍn:
marineros de la tierra.

Porque la villa ilustre y condal se asienta en el alto y bronco acantilado de arcilla, caliza y yeso sobre el río Ega, donde termina  y se encrespa una pequeña cresta lineal, cubierta de pinos, que viene del norte y sigue luego hacia el sur. Bajo él se cobija un pequeño sub-urbio, nunca mejor dicho, o barrio nuevo de casas, almacenes y pequeñas industrias en torno a  la ermita de Nuestra Señora La Blanca, construida en ladrillo a finales del XVII, extendido ahora a un lado y otro del río, que pasa ahora copioso levantando en sus orillas una alta y densa fronda vegetal. Rebrilla al sol de la mañana el yeso blanco sacaroideo, alabastrino, del espolón, y todo semeja una encantada aparición primaveral.

Al otro lado del río, y en el término El Plano, que sormonta el regadío tradicional de la villa, buscamos el castro llamado de Las Vistillas, donde el arqueólogo aragonés José Luis Ona encontró cerámicas celtíberas, carbones y piedras cenicientas, efectos indudables de un incendio, que quizás acabó con el poblado en el estadio final del Hierro. Vamos por un camino  mirando las verónicas, las fumarias, los ranúnculos, las amapolas…, que nos salen al paso, junto a las aliagas recién amarilleadas, y los primeros asfódelos que se yerguen envanecidos sobre los cardos marianos y borriqueros.

Nos parece que hemos encontrado el yacimiento y los posibles fosos, reforestados últimamente de pinos y encinas, pero no estamos seguros. Caminamos un tramo más adelante para subir a una pequeña altura, cubierta por un olivar, pero la ubicación se nos hace todavía más insegura.

Así que volvemos por donde hemos venido, gozando la plenitud placentera de la mañana. Y nos vamos hasta el segundo castro, llamado de Las Coronas, en el  camino de Cárcar. Nos alejamos demasiado y entramos por un camino, que nos lleva a la ermita de Nuestra Señora de Gracia -en tiempos, Nuestra Señora del Regadío- también toda de ladrillo y del siglo XVII, pero ya en términos de Cárcar. Fue la primera romería, a la que me invitaron recién elegido presidente del Parlamento Foral de Navarra. La rehabilitó el ayuntamiento de Cárcar, su propietario, el año 2014. Asentada en un amplio rellano, con muchas mesas de piedra alrededor, adornada por unos evónimos o boneteros, por la parte norte la circunda un bosquecillo de ailantos  (ailanthus altíssima), árbol del cielo o de los dioses, entre los que sobresale un ejemplar corpulento, a cuya vera yantamos y sesteamos, cerca de una plantación  de cardos azules.

Ya ya que estamos en jurisdicción de Cárcar, subimos al núcleo de la villa, asentada asimismo sobre el cabo extremo del altirón yesífero que llega desde Sesma, cubierto de pinos, haciendo de pendiente sobre la vega del río Ega. Villa reconquistada por el rey Sancho Garcés I y ocupada por Abderramán III los años 920 y 924, fue mucho antes poblado de  la Edad de Hierro entre el Bronce Final y Hierro Antiguo, según las cerámicas manufacturadas encontradas en su entorno y loas retazaos de estratigrafía estudiados en el lugar, al noroeste de la iglesia de San Miguel, cuando se construyó recientemente la residencia de jubilados con el mismo nombre que la ermita. Aquellos pobladores aprovecharon el espolón natural, a 110 m. sobre el cauce del río y seguramente, como en  tantos casos, fue el precedente de la posterior villa medieval, una de las más altas de Navarra, con unas vistas privilegiadas sobre las tierras aluviales, hoy fértil tierra de regadío. Quien conoció el pueblo hace cuarenta años encuentra hoy un barrio alto desconocido, entre el nuevo colegio, la casa consistorial, la iglesia y el pinar de San Pedro, con la residencia como centro, dentro de un bonito parque arbolado y con uno de los miradores mejor colocados de Navarra.

Para que todo sea más completo, una bandada de buitres, majestuosos y cercanos, lentos viajeros hacia algún  tranquilo menester, van y vienen, vuelan y contravuelan sobre nuestras cabecitas y las de los y las residentes que se sientan en los bancos a lo largo del mirador. Es todo un espectáculo gratuito.

No hay miedo, no -dice un paisano, al pasar.

 

Tercer domingo de Pascua

La presencia de Jesús entre los Once

(Lc 24, 36-48)

 

El primer día de la semana,
mientras los Once comentaban
lo sucedido a dos discípulos camino de Emaús,
se presentó Jesús en medio de ellos:
La paz con vosotros.
(La pax divina, muy superior a la romana).
Al verlos asustados,
como si todos vieran un espíritu,
les mostró las manos llagadas y los pies:
Palpadme y ved, porque un espíritu
no tiene carne y huesos, como yo tengo.

Pero, al verlos todavía asombrados y confusos de alegría,
les pidió algo de comer y comió un trozo de pescado
delante de ellos.

(El cuerpo glorificado de Jesús
no es un cuerpo biológico, sino un cuerpo personal,
capaz de comunicarse –carne y huesos-.
No es un fantasma: puede ser visto y tocado

y es capaz de comer, signo bíblico de vida nueva)

Y, lo mismo que a los discípulos que iban a Emaús,
les abrió la inteligencia, a fin de que entendieran
el mensaje de Moisés y los profetas:
Así está escrito: que el Cristo debía padecer
y  al tercer día resucitar  de entre los muertos,
y en su nombre se  había de predicar la conversión
para el perdón de los pecados a todas las naciones.

(La resurrección de entre los muertos
pone luz definitiva
a la pasión y muerte de Jesús.
Es la respuesta de Dios a su angustia y a su fe.
Dios no le olvidó y le hizo Señor
de todo el universo).