La plataforma Libertad Ya, aunque reducida a su mínima expresión, sigue conmemorando fielmente cada año el XXV aniversario de los asesinados por la banda terrorista ETA en Navarra desde el año 1978. Esta vez eran nada menos cuatro las víctimas mortales de aquel año 1982: un delegado de Asepeyo, un guardia civil, un paisano que salía de un cuartel y un policía nacional. Los recuerdo muy bien, porque me tocó como presidente del Parlamento y senador estar cerca de los trágicos acontecimientos en Pamplona, Leitza y Burguete. Antes de un breve acto cívico en torno al monumento a las víctimas del terrorismo, hemos estado en la misa celebrada en la iglesia de San Ignacio -cerca de donde cayó herido el capitán Ignacio de Loyola-, acompañada de una bella música clásica y de un excelente coro vocal. La homilía, menos mal que breve, me ha recordado otros ratos parecidos, padecidos con oradores sagrados similares. Me daban ganas compulsivas de salirme, como he hecho alguna otra vez. ¡Amor y perdón! para los asesinados, no se sabe por quién ni por qué. Amor y perdón abstractos, sin más, en una cómoda y antievangélica versión para fieles ovejunos. Una vez más, he entendido un poco mejor por qué nos han sucedido tantas cosas atroces. También desde ciertos templos y celebrantes.