Los limoneros («Etz limon»), del realizador israelí Eran Riklis y del periodista palestino Suha Arraf, eran y son un símbolo de la primcía de la seguridad sobre la libertad encarnadas en el ministro de defensa israelí y en la propietaria palestina de los limones, la verdadera y sufriente protagonista, a la que se le unirá moralmente más tarde, abandonando a su marido, la esposa del ministro: dos mujeres, símbolo también del dominio machista, religioso, político y cultural (con notables excepciones, por cierto) en la zona. Estos días, por la acción de unos y la represión de otros, o por la represión de los segundos y la reacción de los primeros, tanto da, los muros de hormigón y de odio son ya cifras terríficas de muertos y heridos. Los limoneros no sólo han sido cortados para que no ocultaran terroristas y dejaran ver claro al ejército de Israel que custodiaba la casa del ministro, sino que han sido arrasados a sangre y fuego. Y, lo que es para nosotros más vergonzoso y triste: todos los poderes del mundo, en este como en otros casos, convertidos en chácharas, en impotencia, en indiferencia o en pura propaganda.