He estudiado en universidades católicas, españolas y de fuera de España; he dado clases en alguna de ellas; he tenido relación con otras varias; voy ahora a sus bibliotecas; colaboro en sus revistas… ¿Qué hay hoy de las universidades católicas? Tras una seria investigación sobre tan dilatado asunto, el secretario de la FIUC (Federación inernacional de universidades católicas), el catedrático canadiense Guy-Réal Thivierge, llega a la sencilla conclusión de que sus estudiantes son «estudiantes normales», que dan mucha importancia a la familia, lo más importante de su vida, y luego a los estudios y al trabajo bien pagado: un 53% de los alumnos sólo espera de su universidad que le ayude a tener un expediente académico, el mejor posible, para alcanzar ese fin tan práctico. El motivo por el que eligen la universidad católica en sus países es por su prestigio académico, el valor de sus títulos en el mercado y el buen ambiente para el estudio. En último lugar, y con mucha dis tancia respecto al resto, aparece la identidad católica. Por otra parte, para la mayoría, su interés se reduce a la asistencia a clase, y no participan en otras actividades universitarias, entre las que se incluyen las de carácter pastoral. Hijos y representantes, al fin y al cabo, de una sociedad tenida por secularizada, individualista, donde prima el poder y el prestigio. La universidad católica tiene, pues, no menos que cualquier otra universidad, el reto de su propia misión, que es primordialmente la de toda universidad que se precie: investigación, docencia y servicio a la sociedad, tal como lo formula la Carta Magna de las Universidasdes Europeas (Bolonia, 1988). Ahora bien, la universidad católica, si quiere ser tal, penetra todo ello -no superpone, ni sólo añade– de la identidad cristiana, que es en este caso, sobre todo, diálogo entre fe, ciencia y cultura, lo que exige a la vez mucho esfuerzo, mucho ingenio) y mucho estudio. Quien venga a nuestros centros -remata Thivierge- tiene que recibir más: una visión profunda del ser humano, una mirada al futuro y un sentido de esperanza. En cada momento y en cada lugar, cada universidad tiene que saber – y ese es el arte- cómo llevarlo a cabo.