Son menos (3) que aquéllos exhibidos en la anterior exposición (10), con motivo del anterior centenario -recordada ahora en un gran panel en blanco y negro-, en la que se contó con los cuadros del Greco en posesión de vaios bilbaínos afortunados. Pero de los tres actuales, dos son verdaderos tesoros: San Francisco en oración ante el Crucifijo (c. 1585) y La Anunciación (c. 1596-1600). La reflectografía infrarroja de los dos óleos sobre lienzo hace resaltar la luz intensa de la Virgen María -vestida de rojo y azul-, la del arcángel Gabriel sobre una leve nube -todo vestido de verde-, luminosos los dos como la paloma simbólica del Espíritu Santo, igual que en la otra obra hace restallar el resplandor del rostro y de las manos juntas sobre el pecho del santo, tocados como si reflejasen el resplandor del pequeñó crucifijo encima de una calavera, sobre el oscuro fondo de la cueva. En los dos casos, el Espiritu y el Cristo crucificado lo iluminan todo. Es ante todo la presencia de Dios a través de algunos de sus habituales símbolos: el arcángel, el coro de ángeles, la zarza que arde, la cruz del Hijo, el trozo de cielo que asoma, el cordón franciscano de tres nudos… Dios lo llena todo, lo inunda todo. da sentido a todo. También a la pintura del Greco.