La vida de los hombres
siempre ha sido
un limpio despertar
a la conciencia de ser.
Una luz sabia
que nos mostraba
los hombres y las cosas.
Un gozo nuevo
que superaba todos los gozos
y nos llevaba a la búsqueda de un Dios.
Hoy he vuelto a asomarme
al balconcillo de Ubarmin.
El monte Belogain pastoreaba
los montes del contorno.
Los espesos pinares
eran más oscuros que los chopos del regato.
Se engallaban las torres
de Ibiricu, EgUés y Elcano
sobre las viviendas bulliciosas.
De par en par se abrían los caminos
y revolaban las blancas golondrinas
junto al nido natal.
Volcaba la mañana sus primicias.
La vida estallaba en todas partes
y el silencio de Dios
en múltiples voces se rompía.