Esta noche, el recio viento escapado del Cantábrico nos ha arrancado de raíz la tuya (thuja occidentalis) del jardín exterior de nuestros bloques, que hacía juego con el inmenso fresno de cuatro brazos, que estaban seguramente aqui, cerca de alguna villa tal vez, antes de que se hiciera la avenida de la Vuelta del Castillo. El fresno tenía hoy un aire de sorpresa y de pasmo. Era la tuya una parte alta y hermosa, con su copa piramidal de 20 metros, de nuestro paisaje septentrional, cuando mirábamos hacia San Cristóbal, el alto de Marcalain y San Bartolomé. Siempre severa en su color verde opaco, con sus ramificaciones horizontales curvadas hacia arriba y las secundarias colgantes; con sus estróbilos ovoides, irregularmente reagrupados, de donde partían sus semillas aladas. En su follaje compacto y aromático descansaban, y tal vez anidaban, los gorriones y las palomas que venían hasta nuestras ventanas y hasta el terrazo de la galería baja a llevarse las migas o los chuscos de los vecinos. La hemos visto esta mañana sobre el santo suelo del jardincillo y del pasillo que llega a dos de nuestros bloques, sobre un banco y unos arriates destrozados, cual larga era, vencida por su propio peso sin defensas, derrotada, exánime. Su copa sobresalía sobre los contenedores de la anteacera, hasta la calle. Algunos vecinos comentábamos el suceso. Uno de ellos la llamaba secuoya. Otro ha dicho, filosófico: –Sólo se caen los viejos. La verdad es que la tuya caída tenía unas raíces extendidas en derredor del tronco, poco gruesas, sin ninguna raigambre honda vertical. Era otro gigante con pies cortos. La tuya del jardín. Sin ella saberlo, era una bella realidad, y hasta su desplome imprevisto ha sido una alegoría también.