Preguntas directas

En la sesión  televisiva «Tengo una pregunta para Usted», directo fue el traductor granadino, que  preguntó al presidente español cuántos niños palestinos habrían muerto  en la última guerra de Gaza con las armas vendidas por España. El joven clérigo manchego, en vez de preguntar si el feto es un ser humano, pregunta demasiado metafísica, debió tal vez haber preguntado si había visto el presidente alguna fotografía científica de un feto a las doce semanas -plazo máximo de la futura ley de plazos- y de su destrucción, y qué le parecía. O, si de despenalizar se trata y de no llevar mujeres a la cárcel, como dijo, por qué no despenaliza a todos aquéllos que roban una cartera o unas joyas, a veces a multimillonarios, y no impide que vayan a la cárcel. ¿Qué es más injusto e inhumano, destruir un feto de 12 semanas -o muchas más, en muchos casos- o robar una cartera o unas joyas para salir de un grave apuro?  Pero alegrémonos al menos de que el presidente mostrara su preocupación por el abuso de los abortos, especialmente en mujeres jóvenes, verdadera plaga que convierte el aborto en un método más de contraconcepción. Pocas veces oímos a los políticos de cualquier color decir ni siquiera eso. No parece existir para los políticos más que una moral común, la ecológica; la social apenas  la tocan; la sexual jamás, como si no existiera. Y ahora que el Tribunal Supremo ha dictado sentencia contra la objección a la Educación para la Ciudadanía, recuerdo que, en 1863, harto el gobierno del marqués de Miraflores (moderado / conservador) de que los obispos condenaran obras literarias importantes, preguntó en una ocasión a varios de ellos que concretaran las páginas en que la novela Los miserables, de Víctor Hugo, atacaba o vilpendiaba el dogma o la moral. Lo que a los prelados, entre otros el de Pamplona, no les supo nada bien. Preguntas directas.