Cada día oímos o leemos sobre amarguras de unos u otros políticos en el poder, que resisten en él, lo abandonan o/y reflexionan sobre el mismo. Uno de los políticos e intelectuales a la vez más importantes de la política española en el siglo XIX, Francisco Pi Margall (1824-1901), forzado a dimitir de la presidencia del poder ejecutivo de la I República Española, tras sólo 37 días de mandato, agobiado por la rebelión cantonalista, la guerra carlista, la división de amigos y enemigos y la deplorable situación general de España, escribía poco tiempo después: Han sido tantas mis amarguras en el poder, que no puedo codiciarlo. He perdido en el gobierno mi tranquilidad, mi reposo, mis ilusiones, mi confianza en los hombres, que constituía el fondo de mi carácter. Por cada hombre agradecido, cien ingratos; por cada hombre desinteresado y patriótico, cientos que no buscaban en la política sino la satisfacción de sus apetitos. He recibido mal por bien…