Este papa setentón no para. Después de intentar adelgazar, reorganizar y hasta desquiciar la actual Curia Romana y de poner en pie la Comisión para la Tutela de los Menores, nos regaló el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, del 1 de enero, con unas reflexiones sobre los múltiples rostros de la esclavitud de entonces y de ahora, que ponen los pelos de punta. Sobre todo cuando hace el recorrido por esos millones de niños, y de adultos, varones y mujeres, privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud: trabajadores, incluso menores de edad, oprimidos de manera formal e informal; emigrantes privados de libertad y de los que se abusa física y sexualmente; personas obligadas a ejercer la prostitución; niños y adultos víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos; para ser reclutados como soldados; para dedicarse a la mendicidad; o los secuestrados y encerradoss en cautividad por grupos terroristas: muchos de ellos varias veces vendidos, o torturados, mutilados, asesinados… Francisco no se equivoca ni se anda con cataplasmas. Estamos ante un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias y hasta las posibilidades de una sola comunidad o nación, o de un grupo de naciones: Para derrotarlo –nos previene y advierte- se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno.- Y ahí entramos todos.