Cuando el nuevo Gobierno griego llegó al poder en 2009, encontró un agujero fiscal del 14% del PIB frente al dato oficial del 3´7%, comunicado a la Comisión de la Unión Europea. La diferencia fue de 7.000 a cerca de 30.000 millones de euros. El Gobierno de Yorgos Papandreu, que tuvo que pechar con la herencia desastrosa del que le precedió, reconoció las falsas cifras de déficit y de deuda para poder entrar en el euro y el recurso a los financieros de Wall Street para ocultar sus cuentas. Por otra parte, las entidades financieras griegas se cargaron de deuda pública durante los años de la burbuja en orden a financiar la deuda de los diversos Gobiernos de derecha y de izquierda que se sucedieron. Por eso la banca griega entró en quiebra cuando se aplicó una quita de 50% sobre los bonos helenos en manos de acreedores privados en 2011, tras acordar el segundo plan de rescate con la Troika. Posteriormente la Unión tuvo que inyectar dinero extra para los depósitos de Grecia. Y es que, en los años de la burbuja, como todos hemos recordado alguna vez, más de la mitad de la economía griega dependía del maná estatal, que no celestial, con una tupida red clientelar, donde las subvenciones y la corrupción se repartían la mejor parte. Y así, el salario mínimo de Grecia era un 50% superior al de España, siendo su PIB muy inferior al nuestro. La plantilla estatal griega era insostenible, lo que evocaba los últimos años de la Dictadura soviética: múltiples jardineros para cuidar un jardín. múltiples conductores para cada coche, múltiples porteros para cada puerta… La deuda creció en 2012 hasta superar el PIB en un 31%. Mientras tanto, el Estado griego mantenía el mayor gasto militar de Europa, equivalente al 4% de aquél.