El pueblo salvadoreño, y latinoamericano en general, y buena parte de aquella Iglesia ya lo habían canonizado, como en los primeros tiempos del cristianismo. El año 2007, el cardenal Bergoglio, de Buenos Aires, había respondido a un sacerdote salvadoreño, en la asamblea de obispos en Aparecida (Brasil): Para mí es un santo y un mártir. Si yo fuera papa, ya lo habría canonizado. Pues ese deseo va a ser cumplido muy pronto, según noticias llegadas del arzobispado de San Salvador. Buena ocasión ésta, en un momento en que son tantos miles los cristianos que en varios continentes mueren por su fe, de recordar aquellas palabras del santo obispo Oscar Romero, escritas en su cuaderno de ejercicios espirituales, un mes antes de su asesinato en el altar de la catedral durante la misa: Mi disposición debe ser dar mi vida por Dios, cualquiera que sea el fin de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gacia de Dios. Él asistió a los mártirdes y, si es necesario, lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro. Pero más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida y vivir para Él.