Muchos estarán diciendo, estos días, en el lenguaje castizo de la calle, y hasta con el mayor respeto posible, quién le mandará a este papa inteligente e intelectual ponerse a hablar del preservativo contra el sida el mismo día de comenzar el primer viaje al continente africano. Para empezar, con eso solo habrá dado el máximo relieve a un asunto menor desde el punto de vista moral y para muchos hasta escandaloso, como se ha visto en casi todas las reacciones políticas, y habrá ocultado o puesto entre paréntesis la inmensa labor que lleva a cabo la Iglesia católica en África y en todo el mundo contra el sida. Y habrá también muchos que, tras este traspiés y tras el tropezón del levantamiento de la excomunión a los lefevrianos, con todo lo que sucedió en ese entorno, pensarán si basta a veces muchos años de clase y muchos años de curia para calcular, presentir y apreciar el pensamiento y el sentimiento de la gente, eso que se llama opinión pública, que es también un signo de los tiempos y un elemento esencial de toda evangelización. Que lo que realmente dijo el papa no sea ningún disparate y pueda sostenerse con gallardía, ésa, lamentablemente, no es la cuestión.