En el programa «Herrera en la onda», de la cadena Onda Cero, Herrera preguntó qué día era ayer a su colaboradora cotidiana, «la Ramos Puente, de los Ramos Puente de toda la vida», y ésta le contestó que día 18 y miércoles. ¿Nada más? Y Herrera puso entonces una bella marcha procesional. Ni por esas. No hubo más comentarios. Es más fácil saber hoy en España que empieza el Ramadán que la Cuaresma. Y, si la Cuaresma se desdibuja -aunque mucho menos en mucha gente de lo que algunos creen-, a la vez el Carnaval pierde cualquier referente histórico e ideológico para encontrar su esplendor o su vulgaridad en sus propios elementos ornamentales, como una fiesta extraña y redundante en medio de los dos equinocios de invierno y primavera, repitiendo en muchas partes lo comenzado en la Nochevieja. Si no hay carne que quitar (carnem tollere), ¿para qué las Carnestolendas? Y, si no hay que excluir la carne y todo lo equivalente (carnem levare), ¿para qué el Carnaval? De todos modos, estamos lejos de aquella vivencias, que, por ejemplo describe el joven vizcaíno Tomás Meabe -ahora que celebramos el centenario de su muerte-, converso del catolicismo y nacionalismo aranista al socialismo de los Carretero, Perezagua, Unamuno y Madinaveitia. Siguiendo a Larra, para quien todo el año era Carnaval en la España de su tiempo, Meabe predica tirar la careta carnavalesca de toda hipocresía y buscar la razón y el sentido autónomos de la vida, tras una tormentosa crisis religiosa. Pasaron las risotadas -escribe en su articulo El Carnaval de la vida, escrito en La lucha de clases, de Bilbao, el 15 de febrero de 1902-, las miraditas libidinosas, las excitantes posturas, las palabras de doble sentido, llenas de lascivia; la horrible y vengativa franqueza de un carnaval ensordecido por las voces chillonas de gentes que pugnan por arrojar, con la cara tapada, lo que sienten. Y, frente a la orgía, a las voces aguardentosas, a los apretones lujuriosos, nos pinta Meabe la Cuaresma enlutada, hipócrita; las genuflexiones místicas, las penitencias, los lloriqueos. Las iglesias se llenan de multitudes que se esfuerzan en ser respetuosas y humildes, atemorizadas ante las misteriosas ceremonias litúrgicas, atolondradas sus imaginaciones por diablos y dragones infernales; los ministros religiosos venden a gritos panaceas salvadoras, y los fieles mascullan rezos graves, acompañados de silbidos y choques de cuentas de rosario.- Dos descripciones, más o menos excesivas, de lo que él vivió desde fuera y desde dentro, que hoy se nos hacen lejanas y extrañas. ¿Libidinoso un carnaval, cuando todo el año es carnaval? ¿Diablos y dragones infernales, y gritos de los ministros religiosos? Ha pasado más de un siglo desde entonces.