Catolicismo político

 

         Hace unas semanas escribía Alejandro Gándara en EM una reflexión sobre el estupor de algunos imputados  por corrupción y de otros más que imputados -no sólo políticos- ante las acusaciones de la justicia y ante las preguntas de la prensa. El lo explica por la relación paradójica que existe en algunos individuos entre lo privado y lo público. Porque, mientras consideran las faltas  y los pecados individuales cosa íntima entre la conciencia y Dios, por otra parte creen que la sociedad ha de estar sujeta a normas rígidas e inalterables en lo que concierne a la moral colectiva. Nadie, según estos elementos, debiera entrometerse en los pecados privados de alguien, y cualquier acusado puede aparecer incluso como paladín de la moral pública. El inculpado nunca está muy seguro de su propio delito, por aquello de que los actos humanos han de ser juzgados en sus circunstancias y en sus intenciones. Tampoco la repulsa social suele ser excesiva, pues la sociedad comparte la misma división entre lo privado y lo público y ya, en el extremo, considera que todos hubiéramos hecho lo mismo, si se nos hubiera presentado la ocasión. Gándara lo atribuye a la tradición casuística española, asignada, con cierta injusticia a los jesuitas, por aquello del P. Escobar, según la cual robar, estafar o mentir pueden ser pecado o no, y lo que importa es que el sistema funcione y la moral pública se mantenga. Opinión nefasta que contrapone a la siempre exaltada moral protestante (calvinista, mejor), que busca la mayor comunicación posible entre la ética individual y la moral colectiva. De ahí, según el autor, el estupor místico disfrazado de ira, soberbia o desdén, que se pinta en la cara del infractor, cuando es señalado y escarnecido. Depuesto el orden en que se creía, eso es el caos, y su obligación es convertirse en un defensor del equilibrio perdido.- Estoy lejos de imaginar el sujeto o los sujetos a los que puede referirse Gándara. Creo más posible que eso suceda en algunos sectores más privados de la moral, como puede ser la moral sexual personal, y se me hace más difícil la encarnadura de tal opinión en sectores como el de los negocios o  el de la relación política y sociedad, incluida la corrupción.  Pero es posible que eso sea más frecuente de lo que parece. Y merece la pena darle la importancia que le da el autor.