Hace unas semanas comenzaron en Brasil las conmemoraciones del centenario del nacimiento de este hombre admirable, cristiano ejemplar y evangelizador famoso de la Iglesia pobre y servidora, que nos dejó su vida entera, y en medio de ella, 23 libros y 7.500 meditaciones sobre Dios, Jesús y los más altos valores a los que consagró esa vida. Todos le están celebrando: la Conferencia de Obispos del Brasil, el Consejo Episcopal Latino-Americano, Caritas Brasil, el Banco de la Providencia, la Operación Esperanza, etc., etc., instituciones todas fundadas o inspiradas por él. Pero también la Cámara de Diputados le consagró una sesión solemne, la Universidad Católica de Pernambuco, el Gobierno del Estado y el Gobierno Municipal de Recife… Y hasta Correos y Telégrafos de Brasil le ha dedicado un sello postal, que representa soltando una paloma blanca al obispo que vivió 21 años en una pobre habitación junto a la sacristía de la iglesia de las Fronteras. Aquél que dijo: Si doy comida a un pobre me llaman santo, pero si pregunto por qué es pobre, me llaman comunista. Son las conmemoraciones propias y dignas de un santo, canonizado por su pueblo, como se hacía en la antigua Iglesia. Uno de esos santos que no necesitan procesos de canonización ni curar a nadie para seguir siendo santos y aparecer como tales para el bien y servicio de todos.