Pasaban rápidas y torvas
unas nubes oscuras
bajo el el alto cielo azul
de Jerusalén.
Jesús miró a las nubes
y hubiera querido adivinar
su código de avisos.
La humanidad antigua
leía en las nubes las señales,
incluso las palabras,
de Dios o de los dioses.
Al Rabí galileo,
peregrino pascual
en la ciudad que mataba a los profetas,
esas nubes,
tan rápidas y oscuras,
le turbaron un momento el corazón.
Y se distrajo
de la charla banal con sus discípulos.