Sigo con toda atención y afecto el viaje del papa a Jordania, Israel y Palestina. Me parece muy bien que Benedicto XVI haya maldecido, al llegar a Israel, el antisemitismo que saca siempre su repugnante cabeza; que haya ponderado la importancia que da el Estado israelí a la religión, al legítimo lugar que ocupa en la vida de la sociedad, fundamento de una correcta comprensión de los derechos humanos. Aplaudo su discurso en la Sala de la Memoria y su llamamiento a no olvidar el dolor y la muerte de tantos de sus hijos. Dicho por un cristiano eminente y por un alemán, que de joven tuvo que vestir el uniforme de las juventudes nazis, tiene mucho mayor sentido. Todo es muy delicado y sensible. Todos lamentamos lo ocurrido con Willianson, pero me pregunto si es posible no cometer desliz alguno o acertar siempre, actuando en justicia y no sólo diplomáticamente, entre dos fuegos, entre dos campos de batalla, entre dos realidades inmensas heridas y con las llagas al aire. Por lo demás, ya están los periodistas españoles para remarcar las sombras, los defectos, los errores, incluso los imaginarios. Pero el hecho de que los cristianos en la zona sean ya sólo el 2% en vez del 25 % que eran hace un siglo dice mucho más de lo que cualquiera pueda decir. Los católicos todavía son menos. Puede ser que dentro de poco no queden más que un puñado de frailes. A no ser que una paz perenne y segura, o eso espero, haga volver a muchos a la tierra de Jesús de Nazaret.