Me asustan, la verdad, los muchos comentarios contrarios al tren de alta velocidad que se proyecta en en Navarra, escritos por lectores de diarios que están resueltamente a favor. No digamos los que aparecen en periódicos soberanistas e independentistas, todos acèrrimamente opuestos: Que estropea el paisaje, que no ayuda ni a las familias ni a las empresas, que moviliza a las masas de viajeros y acaba contaminando, que es costoso, que no soluciona el problema de las mercancías, que entre ciudades el movimiento es por aquí mínimo, que los estudiantes y trabajadores no lo necesitan, que sólo es cosa de unos cuantos ricachones o de Madrid, que con él acabamos como pueblo… Ni contra los primeros trenes se dijeron tantas necedades, aquéllas que ahora las contamos como chascarrillos ridículos. La resistencia al cambio y el rechazo del progreso, subordinado a causas inconfesables, son mucho mayores de lo que parece.