Fue entre nosotros una fiesta esplendorosa, el tercero de los jueves del año que relucían más que el sol.
Nacida oficialmnente en 1264, cuando algunas doctrinas negaban la presencia real eucarística, y en Navarra a comienzos del siglo XIV (Besta Berri, fiesta nueva), fue ocasión privilegiada, sobre todo en los tiempos del Barroco, para piezas teatrales, certámenes literarios, estrenos musicales y actuaciones de coros y danzas; algunas de nuestras actuales coreografías son pálidos reflejos de aquéllas. No faltaban a veces alardes de tarascas, gigantes, escopetas o arcabuces, asi como corridas de toros por la tarde.
En los últimos años, he tenido la mala suerte de participar en procesiones que mostraban el declive, al menos, de una cierta religiosidad que ya no sabe ser comunal, festiva, pública. Así que me quedo con los muchos y felices recuerdos de las procesiones de mi pueblo de entonces, y de lugares de otros tiempos, como Pamplona, Estella, Madrid, Toledo, Guadix, pueblos alsacianos, pueblos del sur de Alemania, Lieja, Brujas, Helette, Ossès, Iholdy (La fête Dieu-La fiesta de Dios), Aralar, Roncesvalles, Leire, Etxauri, Corella, Burutain…
Pasaba la custodia bajo palio por las calles principales, limpias y pavimentadas con juncos, helechos, saúcos, sándalo, menta, ramas de olmos, boj, y otras plantas y flores. Y la gente echaba pétalos de rosas sobre el Santísimo desde ventanas y balcones.
Había uno o varios altares, preparados en las puertas de algunas casas, a veces heredados desde antiguo, o repartidos cada año, donde la procesión se reposaba; se rezaba, se cantaba, y se daba la bendición con el Sacramento. Ventanas, balcones y altares lucían los mejores tapices, reposteros, damascos, cortinas, cortinajes, estores, banderas y colgaduras caseras…, que había en el lugar.
Olía flores, a cera, a incienso, a infancia de la fe, a devoción ancestral. Y el sol era más luminoso que nunca.
Y las buenas gentes creíamos que allí estaba el Señor,
igual que la palmera que alegra el arenal