El caserío es la manus longa del municipio en el campo, y del ager en el saltus. Es la base familiar de la colonización montañesa. El caserío, casi siempre blanco y rojo, o blanco y verde, lleva la historia en medio de la geografía. Da sentido al abetal, al robledal, al maizal o a la pineda, al prado y al hayedo.
Crea el paisaje. Porque no hay país ni paisaje sin el paisano y el paisanaje. Sin ellos habría sólo naturaleza, terra incognita.
Caserío: casa casona. Fortín y cabeza de puente agrícola. Pequeña república autónoma rural.
Se tuestan los maíces del caserío baztanés, que despide al sol desde su terraza trasera.
El otoño vuelve a coquetear en las hayas, mientras los alerces hacen un frente común imbatible encima de esa casona aislada de Igantzi.
Y por las suaves laderas aledañas de Etxalar suben y bajan los caseríos espejados, entre prados de hierba y bosquetes de hayas y fresnos.
El mundo parece suyo.