Vuelvo, acompañando a un familiar que ha durado sólo unas horas, al hospital de San Juan de Dios de Pamplona. Lo encuentro renovado por dentro y por fuera, divididas sus 193 camas entre medicina interna y geriatría, cuidados paliativos, daño cerebral, unidad de cirugía y unidad asistencial de Tudela. El hosspital goza de muy buena fama merecida, y todos, cuando entramos en este centro hospitalario, nos sosegamos y tranquilizamos, sabiendo que estanos, unos y otros, en las mejores manos y en un entorno de paz, atención y afecto. Veo que la Orden de San Juan de Dios, de aquél loco de Dios, que hasta quiso pasar por loco ante los hombres, asisten hoy cada año a 20 millones de personas necesitadas en el mundo: en casi toda Europa, en casi toda America, en India, China, Japón, Australia, Nueva Zelanda y Filipinas, y en ocho países de África. Es, además, uno de los centros hospitalarios navarros donde mejor actúa el voluntariado, iniciativa promovida desde la misma Orden, que se inspira en los principios de gratuidad, solidaridad y complementariedad asistencial, prestando a los pacientes y familiares compañía y soporte emocional así como cobertura de deficiencias familiares; colaborando con la familia en distintos quehaceres, y promoviendo actividades lúdicas, aula de ocio y biblioteca. Para los que sabemos, aunque sea en pequeña medida, lo que todo eso significa para los mismos parientes y amigos de pacientes, qué regalo, Dios mío, y qué estímulo a la vez.