Ahora que todavía muchos siguen con la cantinela adversativa fe-ciencia y que otros muchos siguen poniendo a Dios donde debieran poner alguna de sus criaturas, viene bien traer a colación las palabras del científico belga y canónigo George Llemaître (Charleroi, 1894 -1964), quien, corrigiendo a Einstein, sostuvo desde 1927 el crecimiento continuo del universo y formuló la teoría del átomo primigenio o huevo cósmico, que se confirmaría con el descubrimiento por Edwin Hubble, en 1964, de la radiación del fondo de microondas, proveniente del llamado Big Bang. Lemaître huyó entonces de explotar el descomunal descubrimiento en beneficio ingenuo de la religión, y así aconsejó al mismísimo papa Pío XII, que le tuvo como asesor. Del sabio matemático y físico belga son estas contundentes reflexiones: El científico cristiano tiene los mismos medios que su colega no creyente. También tiene la misma libertad de espíritu, al menos si la idea que se hace de las verdades religiosas está a la altura de su formación científica. Sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe también que Dios no sustituye a sus criaturas. Nunca se podrá reducir el Ser Supremo a una hipótesis científica. Por tanto, el científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe.