La exposición Huellas de tinta: Joan Miró en la colección Würth (Logroño) está formada por su obra gráfica (litografías, aguatintas y aguafuertes) de entre los años 50 y 80, a las que se suman varias pinturas a gouache y óleo, carteles, una escultura en bronce y obras llevadas a cabo para sus libros de biblófilo. Miró no encontraba diferencias entre la poesía y la pintura -solía pintar después de leer poemas-, y colaboró con frecuencia con poetas y escritores. En la exposición se exhibe la serie Lapidari, realizada para un proyecto conjunto con el poeta catalán Pere Gimferrer, de quien se transcribe un poema, y la serie completa L´enfance d´Ubú, sobre un siniestro personaje (el caudillo Franco, que Boadella transfirió, muchos años después, en su teatro al molt honorable Pujol), del escritor francés Alfred Jarry, que el pintor mallorquín utilizó para canalizar su descontento político. Tras dejar pastar mis ojos y mi mente en las formas y colores del genio, leo en uno de los muchos paneles que guían sabiamente la exposición, estas aladas palabras del maestro: Más que el cuadro considerado en sí mismo, lo que cuenta es lo que éste lanza al aire, lo que esparce. Importa poco que se destruya el cuadro. El arte puede morir. Lo que importa es que haya esparcido gérmenes por la tierra.. El surrealismo me gustó porque los surrealistas no consideraban la pintura como un fin. En efecto, no hay qu preocuparse de que una pintura se conserve siempre idéntica a sí misma, sino que deje gérmenes, de que esparza semillas de las que nacerán otras cosas.