Tras recibir, hace unos pocos meses, la carta del cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, invitando a la masonría a afrontar un diálogo sincero con la Iglesia, la Gran Logia de España, obediencia regular masónica, agradecía la enorme valentía del cardenal, elogiaba su deseo de visibilizar los valores comunes, teniendo en cuenta que, de una parte, se trata de una confesión religiosa, y, de la otra, de una escuela inciática de virtud y sabiduría sin revelación ninguna. Quien conozca un poco la historia de la masonería y de la antimasonería sabe bien que, de modo parecido al socialismo, Iglesia y Masonería fueron, durante siglos, sobre todo en la Europa del Sur, y particularmente en España, dos mundos ajenos, dos mundos enfrentados, dos mundos enemigos. Sin apenas mediación alguna. Con capítulos muy negros escritos por ambas partes. Recordemos que en España casi todas las Obediencias eran irregulares, y la Iglesia un poder mucho más que religioso y espiritual. A las pocas semanas que han seguido a la sorprendente carta de Ravasi, ya han salido algunos especialistas en sectas y grupos exotéricos (sic) y nos han recordaddo las incontables encíclicas pontificias antimasónicass y hasta la Declaración sobre las asociaciones masónicas (1983), firmada por el entonces cardenal Ratzinger, que mantenía inmutable el juicio negativo de la Iglesia respecto a las asociaciones masónicas y recordaba que los fieles, miembros de las Logias, están en pecado grave y no pueden acceder a la sagrada comunión.- Lo cierto es que, aun siendo muy útil que la Iglesia de Roma haga pública una nuerva Declaración frente a aquélla, o algo parecido, la historia -esa realidad cotidiana y flúida- se ha encargado de superar viejas situaciones y de abrir el paso a nuevas recomposiciones. Cuando se trata de la Masoneria regular, en comunión con la Logia de Inglaterra, el deísmo proclamado y cultivado tiene poco que ver con la actitud de un deísta como Voltarie, enemigo a la vez de la Iglesia, de aquella Iglesia, y católico aparente cuando le convenía. Muchos hemos sido o somos miembros de asociaciones de todo tipo, que no llegan siquiera a deístas, o que son rabiosamente laicas, y no creemos estar por eso en pecado mortal. Dos cercanos ejemplos: 1) Recientemente se celebró en la hospedería del monasterio cisterciense de Poblet el último de los Encuentros que llevan su nombre, entre católicos y masones, algunos de ellos católicos masones y masones-católicos, organizados por el rector de Santa María Reina, de Pedralbes. Según fuentes de la Gran Logia Española, el 14% de sus miemnbros se dicen católicos romanos y un 34% se declaran cristianos. 2) En Pamplona, donde vivo, y donde en los últimos años, han erigido sus columnas una Logia regular y otra irregular, un grupo cultural de pamploneses -nada sospechosos de heterodoxia, por cierto- invitó hace unas semanas al Gran Maestre de la primera a ser el ponente en un coloquio, seguido de una cena, con la mayor tranquilidad del mundo. Y del cual salieron muy satisfechos.