Mientras nuestros arqueólogos nos anuncian estos días descubrimientos muy importantes de nuestros primeros siglos de historia, evoco hoy una de nuestras joyas medievales.
Poco posterior a la Arqueta de marfil de Fitero (966), que lleva una dedicatoria del califa Alhakam a su hijo Abderramán, es la llamada Arqueta de Leire, ahora en el Museo de Navarra.
Pieza señera de la eboraria hispano-árabe. La encargó hacer Almanzor el año 1005 para su hijo del mismo nombre (al-Mansur, el Victorioso). Un campo de atauriques, entreverado de figuras humanas y animales, la cubre por completo. Los califas, sentados en tronos, sostenidos por leones, escuchan música, comen granadas y beben vino, siempre con racimos en la mano, o dejan tales encantos y combaten montados en caballos y elefantes.
Inspirados en el arte persa, los motivos nos recuerdan la decoración de la Mezquita de Córdoba.
¿Qué mejor marco para contener, durante muchos años en el monasterio cristiano pirenaico, las reliquias de los santos mértires Nunilo y Alodia, víctimas de la persecución musulmana?
Pequeños templos para los restos de los héroes.
Tesoros de santidad y de belleza. Sacrarios en los santuarios de culto y peregrinación: catedral de Pamplona; monasterios de Fitero, Leire o San Millán.
Arcas-arquetas de la alianza de Dios con su pueblo por medio de sus santos.