Dejándonos ahora de anécdotas, chismes, noticias de última hora, en una palabra, de cosas menos importantes y sustantivas, creo que una de las causas de una perenne desazón en el PSOE, y uno de los motivos también de la presente crisis, es el déficit nacional del partido desde su fundación, y agudizado en varios períodos. Durante muchos años se mantuvo la inspiración paleo-marxista internacionalista heredada por el fundador Pablo Iglesias de los doctrinarios marxistas Guesde y Lafargue frente a la España de la Restauración de los partidos alternantes, el conservador y liberal. El patriotismo nacional, monopolizado por ellos, era entonces el de la guerra de Cuba y Filipinas o el de la guerra de Marruecos. En el año clave de 1918, y tras la revolución leninista, los socialistas españoles se dejaron arrastrar por la onda nacionalista, especialmente catalana, y proclamaron en su XI congreso la Confederación republicana de nacionalidades ibéricas. Aunque duró poco el exceso, era un precedente peligroso. Ajeno el partido al patriotismo militar de Primo de Rivera y en la República al católico de Gil Robles y al monárquico de Calvo Sotelo, la derecha española seguía siendo el enemigo -no el adversario- que batir y, a ser posible, destruir. Desde mediados de 1934, uno de los principios de la Alianza social-comunista en Cataluña era el principio de autodeterminación leninista. España era el santo y seña de la derecha; el de la izquierda era la República y pronto la Revolución. El grito de ¡Viva España! era no solo una provocación, sino un mérito para la multa y la cárcel. Si excluímos los mejores momentos de Prieto y algunas páginas de Fernando de los Ríos, el fervor nacional o patriótico español estaba ausente en las filas socialistas, más afines a la Revolución soviéticas y al grito de ¡Viva Rusia! La guerra civil fue una dura prueba, como lo muestran los escritos de Azaña y los lamentos tardíos de Largo Caballero. Por otra parte, la participación en el mismo frente bélico de los partidos nacionalistas e independentistas junto con los socialistas dejará profundas huellas en el futuro, particularmente en Euskadi y Cataluña. Es cierto que desde la Transición, y sobre todo desde 1982, con todas sus excepciones y contradicciones, y gracias en este punto a un socialista joven y andaluz como Felipe González, el socialismo español vivió su período serenamente patriótico más duradero. A pesar de sus concesiones, entonces no alarmantes, a los nacionalismos periféricos, continuadas después parcialmente por el popular José María Aznar. El declive se hace alarmante con José Luis Rodríguez Zapatero, de profesión progresista, cuando el progresismo en España había devenido en filonacionalismo antiespañol, lo que no ha ocurrido nunca en el socialismo francés, italiano, británico o alemán. El socialismo catalán volvía al año 1934 y al espíritu del PSUC y gobernaba alegremente con los independentistas, ejemplo copiado fugazmente en Galicia y más intensamente en Baleares. En Euskadi, la cercanía del PSE-PSOE con el PNV venía de lejos y formaba gobierno durante muchos años, y en Navarra era siempre una tentación, aprovechada cuando convenía, desde los tiempos de Urralburu. Los viejos demonios volvían una y otra vez. Todavía en el siglo XXI los socialistas españoles no veían en la derecha -el vocablo más detestado de su vocabulario- una de las manos del mismo cuerpo, sino la garra o la zarpa de un cuerpo extraño, enemigo. Siempre era más próximo un partido independentista, que se llamara de izquierda, que cualquier partido nacional, si era de derecha. El falso progresismo antes descrito, acrecido por la corrupción y la hybris del bipartidismo reinante, irrumpió hace tres años con Podemos y se llevó millones de votos al PSOE, cada día más vaciado de pensamiento y espíritu, también de espíritu nacional. La gravísima crisis del partido socialista que se sufre estos días confirma, creo, sobradamente esta opinión, apresuradamente expuesta aquí. No por nada, están con Pedro Sánchez, propenso a gobernar con los partidarios de la autodeterminación y hasta con la abstención de los independentistas, las federaciones catalana, balear, vasca, gallega…, y en el contrario, los socialistas más reconocidamente patriotas españoles de Andalucía, Asturias, Extremadura, Castilla la Mancha… Temo que hechos próximos avalen, al menos en buena parte, este breve ensayo.