Órganos, organeros y organistas

 

   Muchos de los músicos navarros se educaron musicalmente junto al órgano de su parroquia: Sebastián Albero, organista de Fernando VI (Roncal); Hilarión Eslava (Burlada); Mariano García (Aoiz); Juan Francés de Iribarren (Sangüesa); Blas de la Serna (Corella); Fray José de Baquedano (Puente la Reina); Miguel de Irizar (Artajona)…

Maestros organistas del Reino de Aragón, francos, flamencos y alemanes iban y venían por las cortes  de Carlos III y del Príncipe de Viana dando conciertos de música.

En los siglos XVII y XVIII algunos organeros navarros fueron decisivos en la evolución del órgano español: citemos sólo a Juan de Andueza, Félix de Yoldi y José Mañeru, los tres de Lerín. De entonces nos quedaron soberbios ejemplares, como los de Santa María de Tafalla, Colegiata de Tudela, las dos parroquias de Corella, Isaba, Fitero, Uztárroz, Larraga, Lerín, Los Arcos, Cárcar, Cirauqui, Sesma, Mendigorría, Santo Domingo de Pamplona, Villafranca… Y los neoclásicos de Andosilla, Añorbe, Arróniz, Lodosa o Muruzábal. Para no hablar de otros muchos fuera de nuestras fronteras.

Con la muerte de Antonio Gómez de Larraga (1831) decae la Escuela navarra de organería. A finales de siglo se impone el órgano romántico llegado de Francia, vía Cinco Villas y Baztán. Y van desapareciendo, poco a poco, y hasta hoy, viejos órganos clásicos.

Navarra, país de organeros, lo ha sido también de organistas. Algunos de nuestros mejores músicos lo han sido: Albero, Eslava, Gorriti… y los menos conocidos: Jusepe Ximénez, Andrés Sola, Andrés de Escaregui, José Ferrer, Julián Prieto, Miguel Echeveste, Luis Taberna o Joaquín Goicoechandía.

¿Y cómo olvidar a los cientos de organistas de pueblo – y no sólo en el Valle del Roncal, favorecidos por fundaciones-, a la vez secretarios o maestros, de quienes escucharon y aprendieron música generaciones enteras?

Órganos: cataratas plateadas de música. Artillería a lo divino y musical. Música para Dios, para los reyes y para el pueblo soberano.