Me quedo contemplando en el Bellas Artes de Bilbao el cuadro del catalán Rafael Vergós -de una reconocida familia de pintores-, documentado entre 1492 y 1500. El militar romano y mártir cristiano aparece esta vez, lejos de la habitual figura atravesada por las flechas de sus verdugos, como un héroe renacentista, con larga cabellera rojiza bajo un birrete negro, barba ligera, la cabeza coronada con el círculo dorado de la santidad. Un doble collar de oro pende de su cuello. Un triangular escote se abre en su camisa blanquecina con rayas negras horizontales, y sobre el largo vestido verde lleva un manto marrón claro, de amplios pliegues, como cualquier cortesano romano. En su mano derecha sostiene dos flechas -signo de su martirio-, con las puntas hacia abajo, y en su izquierda el arco doblemente curvado. Es él ahora el dueño y señor de los instrumentos de su tortura y de su muerte, signos ya de su victoria.