La fiesta nacional de España

 

    Recuerdo que cuando a los miembros de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa nos tocaba en Estrasburgo la fiesta nacional del 12 de octubre, instituida por un Gobierno socialista, muy pocos parlamentarios socialistas españoles íbamos a celebrarla a la embajada de España, invitados por el admirable embajador y correligionario, Ferrnando Baeza (+ 2003). La Virgen del Pilar, la fiesta nacional, la de la guardia civil… les decía bien poco a la mayoría de mis colegas. Escribía yo, hace unos días, en este cuaderno sobre el déficit nacional del PSOE. Desde un primer momento sus fundadores confundieron demasiado la nación española con la España católica que abominaban, y todo fue uno: nacionalismo español, militarismo, caciquismo y catolicismo. Un escritor vasco, convertido al socialismo desde el sabinismo integrista, Tomás Meabe, es el prototipo de lo que digo en la primera década del siglo XX, en su natal Bilbao y en toda Vizcaya, sólo contrarrestado, parcialmente, más adelante por el asturiano Indalecio Prieto. Los socialistas catalanes, por otro lado, hicieron pronto rancho aparte y proclamaron la libertad total y absoluta de Cataluña.  A día de hoy el secretario general del partido hermano catalán, el PSC, prefiere pactar con los independentistas antes que un Gobierno de Rajoy. No es nada nuevo ni hace falta que lo jure: llevan muchos años gobernando con ellos en Cataluña, Baleares o Galicia, siempre que han podido, y con el beneplácito del PSOE más español. El poder vale mucho más que  la nación y la patria, un símbolo al fin y al cabo. Y así les ha ido. Sólo una vez, y en circunstancias excepcionales, gobernaron cuatro años en Euskadi gracias al apoyo parlamentario del PP, al que poco le agradecieron. Lo cierto es que Podemos, la nueva izquierda neo-leninista y neo-laclauniana emergente, ha heredado lo peor del socialismo y del comunismo seudointernacionalista y medio apátrida, y anda por ahí como lazarillo de todos los que piden autodeterminación hasta que consigan su objetivo y… no hablar ya nunca más del célebre derecho a decidir, que parece debiera durar lógicamente hasta el fin de los siglos.  Llamar progresismo a este falso pluralismo, y fascismo a todo lo que recuerde, simbolice y celebre la nación española es lo que  Savater llama el gran fraude ideológico, educativo y político de nuestra democracia, y el origen de la principal amenaza que pesa actualmente sobre ella.