Acabo de ver la exposición en el Bellas Artes de Bilbao del pintor vasco Carmelo Ortiz de Elguea (Vitoria, 1944), miembro del grupo vasco Orain (1976) y autor prolífico especialmente en cuadros de pasaje. La distribución de la larga muestra se hace en torno a éste, en los diferentes tiempos de la vida del artista: 1) Primeros cuadros de paisajes, 2) Abstracciones sobre el paisaje, 3) Regreso al paisaje: «El gran cielo», 4) Paisajes con figura: «La faluca», 5) Paisajes recientes… El autor no da importancia alguna a la división entre figuración y abstracción; las dos son formas de la misma pintura que tiene que vérselas con la realidad y que el autor las enlaza de continuo. Porque para él lo importante es la Naturaleza como realidad central, naturaleza concebida casi como el Deus sive Natura spinoziano, a la que incluso califica alguna vez como más valiente que el hombre mismo. El pintor alavés confiesa que nunca hace un boceto de cuadro, sino que pinta y pinta sus grandes cuadros, en un especie de caos, hasta que aparece el sujeto de la obra, su contenido, su razón de ser. Podemos por eso calificar su pintura, en cierto modo, de caótica. Los espacios, los cielos, los mares y las tierras, es decir, los pàisajes, tienen algo de caótico, de desmesurado, de excesivo, vario y confuso, de naturaleza primordial. Todo el conjunto es una exaltación de la naturaleza, a través de los paisajes, más que de las personas, que aparecen siempre como factor secundario, difuminadas casi siempre en el conjunto. Y siempre con un intenso uso de colores vivos, que Ortiz de Elguea aprendió, como él reconoce, en la Escuela de Madrid, y sobre todo gracias a su maestro Benjamín Palencia. En todos sus cuadros el color hace más cercana y concreta la abstracción, mientras eleva, transfigura y hace transcendente cualquier figuración.