Navarra, país de ríos, es también país de puentes.
Puentes romanos o de origen romano: el de Reparacea sobre el Bidasoa; el de Cirauqui sobre el Iguste, afluente del Salado; o el de Miluce sobre el Arga en Pamplona.
Puentes medievales de San Juan de Pie de Puerto; de San Pedro, la Magdalena o Santa Engracia, en Pamplona; Burlada, Iroz, Burgui, Puente la Reina, Vera de Bidasoa; Sielva y Las Cabras, en Lumbier; Arazuri, Gallipienzo, Monreal, Zubiri, Lorca, Urdiroz, Arive, Larraga, Miranda, Berbinzana…
Algunos de ellos, ya conocidos en la historia del Camino de Santiago. Casi todos, cansados como asnos viejos: recompuestos posteriormente y entrenados para las cargas de nuestro tiempo.
Puentes, de influjo francés, del siglo XVIII, como los de Lodosa o Belascoain.
Puentes metálicos, de finales del XIX: Caparroso, Sangüesa, Puente la Reina, Erro, Barasoain o Muez.
O puentes-acueductos, como el de Alloz (1939-1940), firmado por el ingenieron Eduardo Torroja.