En los dos últimos domingos del Año litúrgico leíamos los trazos, llamados apocalípticos, de los evangelistas sobre el fin de Jerusalén y del mundo. Esta semana, a propósito de que el equipo de la astrónoma Leen Decin, de la universidad de Lovaina, haya descubierto un nuevo sistema solar a 200 años luz de la Tierra, Decin nos recuerda que dentro de 5.000 millones de años -mañana, como quien dice- el sol se estará muriendo; habrá consumido todo su combustible interno y las reacciones de fusión nuclear que lo alimentan comenzarán a producirse en capas más externas. El astro rey se hinchará hasta convertirse en una gigante roja, cientos de veces más grande que hoy; Venus y Mercurio serán devorados y desaparecerán para siempre. No sabe la astrónoma belga si la Tierra y Marte serán engullidos a la vez; el hecho de que las órbitas de los planetas cercanos se alejaran del del sol los podría salvar, aunque no es muy probable; más probable es que sólo su núcleo rocoso sobreviva. Pero mucho antes de que el sol se convierta en una gigante roja, el aumento de la radiación solar causará el efecto invernadero descontrolado, que hará evaporarse todo el agua líquida de la Tierra, haciéndola desaparecer de la atmósfera, y haciendo a nuestro mundo inhabitable, mientras otros cuerpos celestes puedan comenzar a serlo.- Sería el fin del mundo por el fuego, per ignem, al decir de la Biblia. Dicho ahora por los astrónomos, los nuevos evangelistas del Cosmos.