Plaza guarnecida y amurallada por el rey Sancho VII el Fuerte frente a la próxima Castilla (1219); asediada, rendida, conquistada, reconquistada una y otra vez, aqui o cerca de aquí perdieron la vida muchos hombres valientes, ilustres o no, como César Borgia (1507), que había venido al frente de las tropas de su cuñado Juan III de Albret contra los partidarios del Conde de Lerín.
Viana mereció por su fidelidad que el Príncipe heredero de la Monarquía llevara su nombre (1423).
Anexionada oficialmente tres veces a la demarcación de Logroño, volvió pronto a Navarra por la voluntad decidida de sus habitantes.
La iglesia de San Pedro (1250), en el flanco defensivo occidental, con barbacana y torreón, se hundió el siglo pasado y es hoy una vetusta e imponente torre gótica.
A la de Santa María, levantada al final del mismo siglo en el lado septentrional de la fortificación, le antecede una portada gloriosa, verdadero retablo renacentista en piedra, que celebra el ciclo triunfal de la Redención. No es de extrañar que en los tableros y netos del banco se represenen los famosos trabajos de Hércules-Cristo en su lucha contra el mal, al gusto del tiempo, y en conexión con otros retablos de altares mayores, como los exquisitos de Lapoblación, Genevilla, Armañanzas o El Busto.
El retablo principal del templo, dedicado a la Virgen María, obra maestra del primer barroco, sobrecoge por su opulenta vegetación ornamental y por el relumbrón de su policromía, con buenas tallas y relieves.
Corre parejas con el todavía más refinado de Santa María de Los Arcos, y con los más pequeños pero primorosos de Arróniz y de Cabredo.