Los obispos de las nueve diócesis de Ruanda, con ocasión de la clausura del Jubileo de la Misericordia, acaban de mandar leer en todas las parroquias del País una carta pastoral en la que piden perdón como obispos por los miembros de nuestra Iglesia que jugaron un papel en el genocidio de 1994 contra los tutsis, aun cuando la Iglesia no puso en manos de nadie las armas. Como se sabe, algunos sacerdotes, religiosos, religiosas y catequistas fueron responsables, directos o indirectos, de las matanzas que acabó con la vida de 800.000 personas, la mayoría de ellas de la etnina, minoritaria pero dominante, tutsi. El Tribunal Internacional Especial para Ruanda, establecido por la ONU en Arusha (Tanzania), inculpó a cuatro sacerdotes, mientras dos religiosas fueron condenadas en Bélgica a 12 y 15 años de prisión. Y es el caso de que el Gobierno del dictador Paul Kagame responsable de una atroz represión tras el genocidio, ha calificado el gesto episcopal de profundamente inadecuado, considerando que debía ser el Vaticano quien formulara la petición formal de perdón. Como si el Vaticano fuera el responsable del excidio, y como si Juan Pablo II, con ocasión del Jubileo del año 2000, no hubiera pedido perdón por la implicación de miembros de la Iglesia Católica en los abominables hechos. El dictador Kagame tiene ritualizada una versión oficial de las matanzas de 1994, no de las suyas, y ay de aquél, cualquiera que sea, que se salga de ella. Los católicos, que en la ex colonia belga fueron un día inmensa mayoría, hoy son sólo la mitad, pues millones de ellos desertaron de la Iglesia tras aquellos terribes acontecimientos y la feroz represión siguiente.