(Mt 4, 1-11)
Nos quiere decir el sabio evangelista,
por la bella verdad de la parábola,
que el Maestro Jesús de Nazaret
era un hombe perfecto:
no un dios que todo lo sabía,
que todo lo podía
y que todo lograba superar.
Hombre perfecto en la ignorancia cotidiana
de los hombres y las cosas,
perfecto en su perfecta
debilidad;
hombre limitado de raíz
por el tiempo y el espacio.
Con él se atreven también
los demonios rugientes del mal,
que quieren devorarle:
el demonio del placer,
el demonio del poder
y el demonio de la gloria.
Pero el hombre de Dios,
Jesús de Nazaret,
el hijo de Dios entre los hombres,
conoce bien sus límites,
porque solo un Dios existe y fundamenta
todo lo creado.
El Maestro es un hombe religioso,
religado a su Dios en cuerpo y alma,
orante y ayunante en la hora decisiva
de cumplir la misión que el Padre le encomienda.
Y con la fuerza imparable de Aquél
arroja implacable los demonios del mal.