No creo que sea posible hasta que recuperemos la verdadera dignidad de la virginidad exegética y teológica, y no sólo fisiológica, de la Virgen Madre de Jesús el Cristo, el Hijo de Dios Altísimo, concebido por obra del Espíritu Santo. Hasta entonces la figura de José, de quien apenas sabemos nada -si es que pudo librarse de alguna incursión de las legiones romanas en su aldea de Nazaret, cercana a Séforis-, será siempre secundaria, lateral, como en los cuadros clásicos, envejecida, cuando no arrinconada, siempre propensa a bromas de mal gusto y chirigotas carnavalescas. A pesar de Santa Teresa, que tanta devoción le tenía, confiada en su protección, y de los millones de fieles que le honran con su nombre, en todos los idiomas de la Cristiandad.