Leo una noticia sobre una reciente jornada de la Iglesia vizcaína, De la convivencia a la reconciliación, celebrada en Amorebieta, con la participación del obispo emérito Juan Mari Uriarte. Líbreme Dios de hablar de lo que no conozco bien, y menos de despreciar, desdeñar o restar importancia a todo esfuerzo, a todo intento serio de reconciliación, sea cual sea, venga de donde viniere, y tenga el éxito que tenga.
El obispo emérito, psicólogo y pedagogo, autor de todo un libro granado sobre el tema, destaca tres tareas para una auténtica reconciliación en el País Vasco para sanar una enfermedad de 50 años: reconciliarse interiormente, comprender y transmitir la verdadera identidad de la reconciliación y estar cerca de alguna víctima. El sabe que para eso hace falta mucho tiempo, incluso más que una generación, e insiste mucho en que ninguna persona no reconciliada puede ser reconciliadora. Tras desechar concepciones insatisfactorias de reconciliación, por exceso o por defecto, por idealismo o por escepticismo, señala que la transmisión puede ser sobre todo la tarea de educadores, informadores y de padres y madres. No se olvida de recomendar la urgencia de estar cerca de alguna víctima.
Me atrevo a hacer sólo unas mínimas glosas. El título Encuentro por la Paz – 2019 – Bake Topaketa me parece gastado, y desde hace ya muchos años, equívoco. Paz-Bakea ha significado todo y nada, una cosa y la contraria, un objetivo sublime y una sucia trampa política.
Me temo, después de haber visto la talidad de algunas personas de los grupos que han intentdo esos procesos de reconciliación, que todavía se opere con el sistema mental y factual binario de los dos bandos, de los dos frentes, de los dos universos, como si fueran paralelos y comparables jurídica y moralmente, cuando el fenómeno de ETA no fue ese. Ese fue, por ejemplo, el de la guerra civil, pero no el de ETA.
Y al leer eso de la verdadera identidad de la reconciliación, pienso que una sociedad que sufre una grave enfermedad de identidad identitaria (raza, sangre, etnia, tierra, lengua…) tiene un previo deber de discernimiento de sí mismo antes de entrar en cualquier proceso de diálogo y no digamos de reconciliación con cualquier persona que no pertenezca a esa comunidad telúrica. ¿Querrá decir el buen obispo Uriarte algo de eso, cuando pondera tanto la dificultad de reconciliar de quien no esté reconciliado consigo mismo?