Oi casi a diario, aun sin querer, en los primeros días de la precampaña, a los electoralistas de Ciudadanos referirse al aborto, en claro reproche al PP, como una cosa antigua, pasada de moda, retrógrada… Algo así como Franco, con quien lo comparaban. Ojalá fuera cierto. Pero, cuando sólo en España hay casi cien mil abortos al año, ¿cómo se puede decir eso? ¿Decimos lo mismo de las víctimas de la carretera, o de la droga?
Del aborto habla el sabio José Antonio Marina, en su último artículo -¡lástima!- en El Confidencial. Y el tema le parece con razón tan arduo, que, al revés de lo que le ha sucedido con otros tambén difíciles, sobre éste no ha podido nunca escribir un libro. El método de los tiempos le parece que no lleva muy lejos, aunque a mí me parece que se han dado buenos avances y que la ciencia ha precisado mucho. Citando a un prestigioso jurista norteamericano, pondera el título de sagrada que da a la vida humana -desde un punto de vista no religioso- en todo su proceso, y esto le parece muy importante; lo que no le hace, por otra parte, sacar extremosas consecuencias. La lección de Hegel de que la opción más difícil no es entre el bien y el mal, sino entre dos dos bienes, viene al caso como anillo al dedo, porque en definitica se trata de optar por los derechos del niño -vida sagrada- y los derechos de la mujer, y de ningno de los dos se puede prescindir. Aparte de que la inmoralidad no está sólo en la violación de un derecho, sino también en la elección del mal y en la huida del bien, haya o no derechos por medio.
Práctico como es siempre, y buscando por tanto el remedio de aquello que existe como fracaso y como mal, Marina termina por interesarse, en térmios de encuesta, por las condiciones y circunstancias que llevan a las adolescentes españolas a no cuidar el ejercicio de su sexualidad y, consecuentemente, a abortar, en cifras decrecientes, sí, pero todavía abultadas, según las últimas estadísticas. Sigue aquí la buena costumbre, ya llevada a cabo por las oganizaciones más lúcidas, de buscar las raíces de los problemas para estudiarlos y, si es posible, solventarlos. No sólo, hipócritamente tantas veces, lamentarlos.
Pienso que será preciso aplicar todo eso a la eutanasia, que nos viene, y que será un tópico muy similar, durante muchos años, al aborto. Con los extremosos zelantes por un lado y los indiferentes, escépticos, «liberales» o «menefreguistas» por otro.