Para muchos estudiosos bíblicos del proceso judío a Jesús, este relato es una composición secundaria comparada con la del proceso ante el Gobernador de Judea (26-36), Poncio Pilato; para otros, es una combinación de dos relatos, y para unos terceros, una elaboración de Marcos sobre una tradición o narración anterior.
En los cuatro evangelios se acusa a Jesús de querer destruir el santuario de Jerusalén y sustituirlo por otro. En los cuatro se le pregunta por su condición de Mesías, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Y en los cuatro se da cuenta del interrogatorio por el Sumo Sacerdote y de la airada acusación de blasfemia por parte de sus enemigos.
Históricamente, las cosas pudieron ocurrir de esta manera: En la etapa final del ministerio de Jesús en Jerusalén, según nos cuenta el evangelio de Juan (11,49), el Consejo de sumos sacerdotes y fariseos, presidido por Caifás, fue convocado para decidir qué hacían con el predicador galileo, seguramente tras la escena de la purificación del templo. Llevaron testigos y decidieron darle muerte: un hombre debía morir por todo el pueblo. Para ello, tenían que detenerle, sin causar disturbio alguno entre la gente, acusarle ante el poder romano y entregárselo a él. Las fuentes históricas no bíblicas legitiman esta que es algo más que una hipótesis. Por otra parte, en los últimos tiempos de la vida del Maestro, estaba muy presente la cuestión de la mesianidad del mismo, unida a su filiación divina, que era vista como blasfema por sus enemigos.
Marcos presenta estos hechos en una misma escena dramática y al mismo tiempo pedagógica, unida en el tiempo de unas pocas horas, con tres o cuatro elementos de la tradición, conectados entre sí: sesión del Sanedrín, testimonios contra Jesús, interrogatorio sobre su relación con Dios, acusación de blasfemia… Todo debió de ser mucho más vulgar y común, pero no menos afrentoso.