Envío a DN mi habitual colaboración, quincenal al parecer, en la que contrapongo a laicismo el concepto de laicidad, que no sólo se define en términos negativos, como la no identificación del Estado con una determinada visión del mundo, ni religiosa ni irreligiosa, sino también en términos positivos, al reconocer el Estado el capital social que aportan las diferentes tradiciones religiosas y culturales para enriquecer y sostener los valores compartidos, que con frecuencia provienen y se han alimentado durante siglos de esas mismas tradiciones.