DEL AMOR AL ODIO. A
El silencio es un ingrediente esencial de la profundidad del amor. Nadie ha sabido expresarlo mejor que Maurice Maeterlinck en El silencio de los humildes: los silencios vividos juntos, más que las palabras y los gestos, revelan la calidad del amor y de las almas. El silencio activo es el mensajero de lo desconocido peculiar de cada amor. Ese silencio determina y fija el sabor del amor. No hay silencio más dócil que el silencio del amor, y es verdaderamente el único que es solo nuestro. En esto coincide Maeterlinck con Jean Paul: Cuando quiero amar con mucha ternura a na persona querida y perdonárselo todo, no tengo más que mirarla un rato en silencio. Y Rodenbach se ajusta también al ideal simbolista de comunión de los seres en el silencio: Entro en tu amor –escribe en uno de sus poemas- como en una iglesia / en la que flota un velo azul de incienso y silencio. Y en otro de ellos: ¡Dulzura! ¡No verse ya distintos! ¡No ser sino uno! / ¡Silencio! Dos olores en el mismo perfume. / Pensar lo mismo sin decírselo.
Charles Peguy describe a los amigos que gustan del placer de estar juntos, de callar uno al lado del otro, de andar durante mucho tiempo, de caminar y avanzar por rutas silenciosas: Dichosos aquellos dos amigos que se aman lo bastante par saber callar juntos. En un país que sabe callar. Ya Baldassare Castiglione, en El Cortesano (1528), escribía que el sentimiento amoroso se expresa mejor con un suspiro, con un acto de respeto o de temor que con mil palabras. Y habla de los ojos graciosos y dulces que disparan sus flechas en silencio. En la novela clásica L´Astrée se llama al lecho lugar de los estrechos favores obtenidos en el secreo y en el silencio. Asombrosa es la figura del silencio que invita al amor en el corazón del paraíso terrenal de Milton: cuando Adán y Eva se unen en el tálamo, el poeta dice que el silencio esstaba complacido. Y el gran Pascal, en su Discurso sobre las pasisones y el amor, escribe que un amor en silencio vale más que el habla. (…) Hay una elocuencia del silencio que alcanza más que la lengua. ¡Qué bien convence un amante a su amada cuando queda sin palabra!
La era romántica enlaza bien los preceptos de los moralistas y la sutileza de los simbolistas. Asi en los amantes de las novelas Adolphe o Cecile, de Benjamin Constant, o en el Obermann de Senancour. Alferd de Vigny evoca varias veces las fuerza del silencio que une a los amantes. Víctor Hugo vuelve en muchas ocasiones al silencio constitutivo del placer aamoroso. Como en el poemas Bajo los árboles: Andaban, (…) se detenían / Hablaban, se interrumpían, y durante los silencios / las bocas calladas, sus almas cuchicheaban.