Las voces del silencio (XII)

 

DEL AMOR AL ODIO. B

 

        Delicioso testigo de la profundidad del amor, el silencio se transforma a veces en síntoma de su destrucción. Como el silencio hecho de los agravios irreparables, imposibles de olvidar, inconfesables, entre Albertine y Marcel en la novela de Proust, La prisionera. O el silencio de Jacques y Louise en la citada novela En rade, de Huysmans, que han matado el amor por medio del silencio, alimentando su propio sueño de futuro en soledad, sueño silencioso que es sueño de la muerte del matrimonio. Silencio que, en la novela Therèse Desqueyroux, de Mauriac, resultado de la incomunicabilidad, desemboca en el crimen. Entre los dos cónyuges del relato el silencio ha impedido desde el inicio  el dominio encantado de la fusión amorosa, y los ha devuelto a uno y otro a la nada. Therese ha sentido que iba a ser aniquilada por el silencio, que la arroja a las tinieblas de su ser, y el de su esposo Bernard se convierte en el móvil principal del crimen. En el poema Dolorida, Vigny escribe: ¡Qué largo es el silencio! sobre la amante que va a asesinar a su amante traidor.

Claude Simon describe en la novela La hierba el paisaje sonoro de la violación de Louise por un viejo en el interior de un baño en medio del silencio nocturno. A la cascada del sucio ruido sigue una tonelada de silencio absoluto y total, sólo roto poco después por el crepitar de la lluvia.

Fréderic Chauvaud, en su Histoire de la haine. Une passion funeste, 1830-1930, tras estudiar los archivos judiciales del siglo XIX, hace del silencio uno de los principales elementos de destrucción de la pareja, tal como ésta se explica ante la Audiencia, cuando se exhiben los odios mutuos: El silencio gravoso, casi interminable resulta ser un arma invisible y formidable. A veces este odio se convierte en una suerte de cemento que asegura la longevidad de la pareja, mucho mejor de lo que podría hacerlo el amor. Basta un simple enfado o una pequeña diferencia para que los amantes o los cónyuges empiecen bruscamente a no dirigirse la palabra: Se entra entonces en el terreno de los odios tenaces en los que cada uno parece llevar la contabilidad de agravios irrisorios que da por resultado un silencio rencoroso y persisteente.

En la película de Granier-Deferre, Le chat, los actores Simone Signoret y Jean Gabin ilustran bien la manera en que el silencio consuma un odio tenaz o, cuando menos, una profunda distancia.